El duelo del poeta

Joseponce1978



El poeta está familiarizado con la muerte desde que nace y para él no es un tema tabú como puede serlo para la mayoría de los mortales, sobre todo en las sociedades occidentales. En las culturas orientales existe un mayor adiestramiento para aceptar la muerte como un paso más de la vida: el último paso, que no el paso definitivo, porque al punto y final de la vida siempre le seguirá otro poema. Para el poeta, la muerte está presente en cada ocaso, en cada invierno, en cada flor marchita, en cada fracaso donde perece la esperanza. La muerte como ausencia ante la partida de las golondrinas, ante el desvanecimiento de la llama del amor o la pasión o ante el amainar de la tormenta.

Así pues, la muerte no le supone un trámite definitivo y está acostumbrado a tratarla como un necesario punto de inflexión, como impáss de transición a nueva vida, y para poder deleitarse con el alba es indispensable que anteriormente muera un día, mediando entre una cosa y otra un periodo de frío y oscuridad. Llora la pérdida de un ser querido porque es un pedazo de corazón que la vida le arranca y se ve en la necesidad de suplantarlo con el recuerdo, del mismo modo que se puede apenar al ver secarse el árbol del cual colgaba el columpio donde se divertía de niño. Son distintas formas y grados de extrañar pero ambas nacen de la nostalgia.

De ningún modo el poeta teme a la muerte propia por miedo a lo desconocido, debido a su constante tendencia a adentrarse en espacios inexplorados y un enfermizo anhelo por descifrar lo que se mueve más allá de la engañosa realidad. Probablemente por este motivo, cuando debe afrontar el duelo ante la pérdida, en él se suelen invertir sus fases. En la elegía a Ramón Sijé, de Miguel Hernández, tenemos una clara muestra de ello:

"Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano."

En los primeros versos del poema es apreciable en el poeta la aceptación, quinta y última fase del duelo, ante la pérdida repentina del ser querido. Una apertura en la cual se evidencia un claro componente de resignación, al reconocer al amigo ya enterrado y con su cuerpo en estado de descomposición.

Un poco más adelante, cuando escribe: "No hay extensión más grande que mi herida./ Lloro mi desventura y sus conjuntos/ y siento más tu muerte que mi vida", entra en fase de depresión, en teoría la penúltima fase, y después de haber reconocido y aceptado la pérdida, es como si el dolor le abriera los ojos de la magnitud de la tragedia.

Si seguimos leyendo, en el terceto "No perdono a muerte enamorada,/no perdono a vida desatenta,/ no perdono a la tierra ni a la nada." Sale a la luz la fase de negociación, negociación rota en este caso, que aunque venga en tercera posición, como es habitual, no sigue el orden estipulado en tal caso.

A continuación, y en penúltimo lugar, cuando debería ocupar el segundo, la ira se hace presente en él cuando dice: "En mis manos levanto una tormenta/ de piedras, rayos y hachas estridentes,/ sedienta de catástrofes y hambrienta". Dejándonos claro que lo que dio comienzo con la aceptación de la muerte, sigue avanzando en un torrente emocional hacia la negación de seguir adelante sin la presencia del amigo.

Por último, cuando habla de: "A las aladas almas de las rosas/ del almendro de nata te requiero,/que tenemos que hablar de muchas cosas,/ compañero del alma, compañero." Apremia al amigo a regresar para seguir compartiendo inquietudes, dejando patente así la negación a separarse de su alma después de haber aceptado la pérdida del cuerpo.

  • Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 1 de noviembre de 2022 a las 09:34
  • Comentario del autor sobre el poema: Para quien crea crea que el rap lo inventaron los raperos, que escuche el poema de la dinamitera.
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 24
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