Dice Cervantes que fue el primero en construir con propiedad un desatino, dotar de verosimilitud a las narraciones en prosa, que hoy llamaríamos novela moderna. Aristóteles decía que la verdad está en la Historia y la mentira en la literatura, que la Fábula es una historia que no existe en la Historia, es una tomadura de pelo.
Dice Jesús G. Maestro que Cervantes fue prototipo de genio en tanto que dio una nueva racionalidad a la literatura existente y pretérita y los métodos poiéticos utilizados por él fueron del todo novedosos.
La genialidad, esa sirena que aún
creyendo atrapada se escapa
de entre los dedos.
—ocurrencia mía, en este instante.
El genio es siempre producto del otro,
del que te ve y te oye,
del que vibra ante tus dichos e imaginaciones,
del que se siente pequeño ante tu inmensidad,
una inmensidad de la que no te haces cargo,
una inmensidad que no puedes aquilatar
porque nuestros ojos no ven hacia adentro,
una inmensidad que te atrapa, te absorbe,
te inmoviliza tu rutina, tu sostén diario.
El genio es un emblema que te colocan
en la frente, tatuado de púrpura indeleble,
y que, afortunadamente, lo inscriben
cuando ya no lo puedes sentir porque has muerto,
porque la historia, una historia que te amaba
de cerca cuando eras flor olorosa, te soslaya
porque el tiempo acaba soslayándolo todo,
te desdeña porque la historia, como diosa
caprichosa que es, sigue caminando alta
la cabeza y sin mirar atrás, no fuera que se dé
por convertirse en la mujer de Lot, esa estatua
de sal cuya sangre se hizo arcilla por la nostalgia,
esa mujer embutida en lágrimas que no pudo
por menos que mirar su casa antes de que todo
fuera pasto de la venganza de un cielo que no espera.
El genio es cisne entre patos cuando se tiene
por pato entre cisnes —porque por encima del genio
la persona late, vive, y necesita el temblor del que
está cerca, su calor, treinta y seis grados que alimentar.
El genio es un marchamo que te eleva
a una estratosfera donde solo hay ozono,
y donde el amor —maná de nuestro vagar—
se ve diminuto o ni se observa directamente.
Ser genial es magnífico, disfrutas del milagro
de una poiesis nunca comprensible, te asombras
ante qué mecanismos se desencadenan hasta dar
a salir de tus dedos esas ocurrencias inéditas, esas
pequeñas locuras que sintetizan el arte de vivir;
pero el precio es alto. Sin el otro nada tiene sentido.
Todos nacemos para dar cumplimiento a un programa,
somos un software de más de cien mil millones
de neuronas y un aparato motor que hace sustancia
las órdenes que voluntarias o no nacen de la testa.
Todos nacemos, decía, para ello, y nuestra esencialidad
animal lleva como rémora todo lo que supone
un esfuerzo extra, y te lo hace pagar.
La genialidad no es necesaria a la supervivencia,
antes es una fuente de consumo que el cerebro
se niega a soportar aunque para tu ego, sí, para tu ego,
y para el disfrute del que te dedica su tiempo es un regalo,
un milagro.
¡Pero es tanta la soledad, necesaria por otra parte, para
dar cabida a tanto caudal y concebirlo en forma justa
y precisa!
Te llamo en este segundo para decirte que te entrego
mi genialidad a cambio de tu tiempo, y de tu caricia...
- Autor: Albertín (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 11 de diciembre de 2022 a las 10:20
- Comentario del autor sobre el poema: Se habla de la soledad del éxito. Sostengo que éxito es todo lo que te distancia, incluso para mal, del horizonte de normalidad de la masa y ese distanciamiento, aunque te bañe del oropel correspondiente, tiene su precio de amor, aunque no necesariamente —la amalgama de emoción que nos envuelve no es aritmética por fortuna.
- Categoría: Espiritual
- Lecturas: 35
- Usuarios favoritos de este poema: Alexandra L, Haz Ámbar
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.