Al anochecer, dos niños terminaban de hacer un muñeco de nieve en la calle de un pueblo cuando escucharon unos sollozos que provenían del interior de una casa. Por curiosidad, se acercaron a la fachada de la casa y vieron una ventana iluminada, de cuyo interior parecían provenir los sollozos. La ventana quedaba como 1 metro por encima de sus cabezas y entonces el más pequeño de los 2 le propuso a su amigo subirse a sus hombros para alcanzar a mirar lo que ocurría dentro.
Así procedieron y cuando el pequeño, ya encaramado sobre su amigo, pudo superar con la mirada la altura del alfeizar, desempañó con la mano parte del cristal, al otro lado vio una escena realmente desoladora.
Hundido en un sillón frente al fuego de la chimenea, un hombre corpulento con una larga barba blanca se deshacía en lamentos. Aunque llevaba el pijama puesto, el niño reconoció de momento al hombre por su inconfundible gorro rojo con la bola blanca en el extremo. Visiblemente apesadumbrado, agitando los hombros con la frente apollada en las manos, solo levantaba la cabeza para sonarse la nariz mientras se lamentaba balbuceando. El niño, aguijoneado por la curiosidad, mientras le iba detallando a su amigo la escena, pegó la oreja al frío cristal en el intento por enterarse de las causas de semejante aflición, y entre el crepitar de la leña, pudo escuchar lo siguiente:
- ¡Me he pasado toda la vida haciendo felices a los demás con mis regalos y siempre he encontrado satisfacción en ello, pero a mí nunca me han regalado nada, y conforme me voy haciendo mayor, me gustaría experimentar la sensación de recibir aunque sea algún detalle en Navidad! Pero...¿Quién me puede hacer a mí un regalo? Sería absurdo escribirme una carta a mí mismo. Los reyes magos imposible, porque aunque se abrigasen bien para llegar hasta aquí, sus camellos se helarían en estas gélidas tierras. Por lo tanto, estoy condenado al ostracismo de los obsequios. Por si eso no fuera bastante, muchos me acusan de ser un holgazán porque solo trabajo una noche al año, y no se pueden imaginar el estres que soporto en nochebuena. Antes podía hacer mi reparto sin prisas, pero desde la llegada de la globalización, mi fama se ha ido extendiendo a todas las latitudes del mundo y cada vez son más los países cuyos niños reclaman mis servicios. De tanto kilometraje, llevo ya el trineo destartalado y en una de estas se me desarma a mitad del reparto. Eso por no mencionar el riesgo que corremos tanto mis renos como yo al surcar el cielo sin señales luminosas. Antiguamente no existían los aviones y no había peligro, pero hoy con tanto tráfico aéreo, y más en estas fechas, la nochebuena menos pensada nos cruzamos con una aeronave que no nos ve y nos atropella. Y qué decir de mi traje y mis botas, negras ya de entrar por tantas chimeneas, que no consigo quitarles el hollín ni con lejía...
Al escuchar la letanía de quejas, los niños, por un lado estupefactos al descubrir que eran vecinos del mismísimo Papá Noel, y por otra parte afectados al descubrir los motivos de su tristeza, sintiéndose culpables, se propusieron actuar al respecto.
Llegó nochebuena, y al comienzo del reparto, Papá Noel aparcó el trineo frente a la casa de uno de los niños testigos de su indignación. Cogió del trineo el regalo correspondiente, se subió al tejado y entró por la boca de la chimenea. Una vez en el salón, se fue directo al árbol de navidad y se extrañó al ver junto al tronco un paquete envuelto en papel de regalo. No entendía como podía haber llegado aquel regalo hasta allí cuando él era el encargado de tan gratificante labor. Aunque estaba convencido de no haber entrado antes allí, sobre todo tratándose de una de sus primeras entregas, revisó bien su hoja de ruta por si acaso, comprobando que, en efecto, no tenía aquella casa tachada en su lista. Además, si llevaba él el regalo correspondiente en la mano, ¿cómo podía haber llegado hasta allí aquel paquete? ¿Acaso sería el regalo de la nochebuena anterior que permanecía allí sin abrir? Sin salir de su asombro, lo cogió para verlo más de cerca y en un lateral llevaba una nota adherida, se lo acercó un poco más y estupefacto vio que la nota decía "PARA PAPÁ NOEL". Embargado por la emoción, lo abrió sin demora y en su interior había un flamante traje rojo y unas polainas de su talla. Sin poder reaccionar, paralizado por la emoción permaneció allí durante un largo rato saboreando la sensación, hasta caer en la cuenta de la larga noche que tenía por delante, y para no retrasarse demasiado, salió a toda prisa para continuar con su labor. Ya en la calle, en lugar de su viejo trineo, le esperaba uno nuevo equipado con luces antiniebla y antinubes. A partir de entonces, cuando llega nochebuena, los 2 niños se quedan mirando el cielo de Laponia para ver pasar a una estrella fugaz cargada de regalos.
- Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 24 de diciembre de 2022 a las 02:53
- Comentario del autor sobre el poema: Un cuento de navidad triste con final feliz.
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 9
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