La luna hoy parece
el comecocos.
En cualquier momento
comenzará a engullir
estrellas.
Dando fin a los preparativos de la broma, el monaguillo descendió del campanario y salió de la ermita, situada a las afueras del pueblo, para dirigirse a casa de su cómplice Bonifacio, el bromista del pueblo, con objeto de cerrar con él los últimos flecos de la estratagema.
Esa misma noche, al terminar de cenar junto al párroco en la ermita, donde convivían, el monaguillo salió como de costumbre a tirar las cáscaras de fruta al gallinero para que las gallinas se las pudieran comer al día siguiente. El párroco comenzó a recoger de la mesa los platos y los cubiertos cuando escuchó al monaguillo gritar desde el exterior. Alarmado, salió rápidamente a ver lo que ocurría y se encontró a su ayudante gritando de horror, mientras señalaba con el dedo índice hacia el camino que pasaba frente a la ermita. Dirigiendo la mirada en la dirección que le marcaba el monaguillo, a pocos metros atisbó una visión espeluznante.
Bonifacio, ataviado con una capucha y una túnica negras, la cara tiznada de ollín y alzando una antorcha con la mano derecha y sujetando con la izquierda una guadaña apoyada en el hombro, permaneció inmovil frente a ellos durante unos instantes, en los que el párroco fue incapaz de articular palabra. Acto seguido, se volvió despacio para dirigirse hacia el pueblo a paso lento.
El párroco, un hombre bastante asustadizo y supersticioso a pesar de su fe inquebrantable, habría salido corriendo a refugiarse en la ermita de haberle respondido las piernas, por lo que fue el monaguillo quien tuvo que hacerle reccionar, mientras trataba de aguantar la risa:
- Padre, ¿está viendo lo mismo que yo? Es la mismísima muerte y va hacia el pueblo. Debe usted tocar a rebato inmediatamente para alertar a la gente del pueblo del peligro que se cierne sobre ellos-. Le apremiaba fingiendo estar tan atemorizado como él.
Sin pronunciar palabra y trastabillándose con el miedo, el párroco entró en la ermita para dirigirse a la cuerda que colgaba del campanario y servía para activar la campana. Se puso de puntillas para agarrarla lo más alto que pudo, dio un enérgico tirón hacia abajo para hacerla sonar bien fuerte pero la campana no emitió sonido alguno. Extrañado al tiempo que la desesperación lo invadía, al sentir que no podía perder ni un segundo en poner en aviso a los aldeanos, de nuevo sujetó la soga por encima de su cabeza y volvió a tirar con fuerza hacia el suelo, pero la campana parecía haber enmudecido también. Volvió a intentarlo varias veces más, hasta quedar sin resuello, pero sus esfuerzos eran en vano.
El monagillo, quien también debía esforzarse, pero en este caso para no estallar en carcajadas, iba alternativamente desde la puerta hasta donde se encontraba el párroco, y haciendo todo tipo de aspavientos, le imploraba:
- ¡Vamos, padre! Veo la antorcha aproximándose al pueblo. O toca usted a rebato de inmediato o mañana tendrá que hacer doblar las campanas. La muerte ha venido a llevarse a algún parroquiano. Desde aquí puedo verla. Va despacio pero imparable.
Ante las exigencias del monaguillo, el parroco tiraba y tiraba de la cuerda sin sacarle ningún sonido a la campana, hasta que al final, agotado y jadeante, le dijo que inexplicablemente la campana se había quedado muda. Entonces, el monaguillo sugirió que tal vez el badajo había sufrido una luxación en algún golpe fuerte y por eso fallaba el mecanismo.
- ¿Como se va a hacer una luxación el badajo? De qué disparates estás hablando. No me hagas perder el tiempo con tonterías-. Le contestaba el párroco, pensando que el susto o el vino de la cena lo estaban haciendo delirar.
- Que sí, padre, créame que esas cosas pasan. En la ermita que estuve antes de venir aquí se dio el caso de una luxación de badajo y la campana estuvo inutilizada algo más de un mes.
Sin dar crédito a lo que estaba oyendo, el párroco cogió un candelabro y subió al campanario. Acercó el candelabro a la campana y vio al badajo con un aparatoso vendaje.
- Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 28 de diciembre de 2022 a las 19:11
- Comentario del autor sobre el poema: Hoy, día de los santos inocentes, se me ha ocurrido este cuento. No es una mofa de la iglesia ni nada por el estilo. Es solo eso, un cuento de humor que se me ha pasado por la cabeza. Antiguamente, como no había whatssap, la única forma que tenía la gente de los pueblos de enterarse de lo que acontecía a su alrededor era por el mensaje de las campanas, que con sus distintas cadencias al sonar, anunciaban los hechos más trascendentes, desde un fallecimiento hasta un acto festivo. Que cabroncetes Bonifacio y el monaguillo. ¿Como va a sonar la campana con el badajo envuelto en una venda?
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 23
- Usuarios favoritos de este poema: Texi
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