Fui a verte. No sé si a decirte te extraño, te quiero o perdón. No me viste. No sé si fingiste o no te importo. Intentando esconder mi dolor escribí en mi libreta unos versos que no logro recordar. Tal vez eran versos que llevaban tu nombre, tal vez eran versos que no decían nada. Puede que estuviera llorando, puede que estuviese resignado a no volver a cruzar palabras, puede que estuviera conmocionado por sentir que tu indiferencia negaba mi existencia, puede que simplemente estuviese esperando cómo decirte; Te extraño, te quiero, perdón.
Como un flashazo de pensamiento, sentí que ya era muy tarde, que ya no era necesario, que debía aceptar nuestro destino. Creí en ese instante, bajo ese sentimiento, que me habías olvidado. Inmediatamente llego a mí una energía fantástica que recorría mi cuerpo, parecía venir desde el núcleo de la tierra o de alguna estrella del rincón de la galaxia. Un sentimiento intenso que me hacía imaginar que me habías esperado, y que sólo como en un acto actuado, por incredulidad o por nervios, buscaste esconder la emoción de haberme encontrado.
Así lo imagine, aunque seguías sin mirarme. Estabas tan cerca, pero me sentía lejos. Lo más triste fue darme cuenta, que ya no me sentía tuyo. No en el sentido mundano y material de posesión, sino más bien en ese sentido espiritual y metafísico de pertenencia. Fue triste porque entendí, que ya no pertenecía a tus labios, ni mis manos pertenecían a tus piernas, fue triste porque entendí, que ya no pertenecía a tu mente y que mi corazón no pertenecía a tu universo. Hace tanto que no nos veíamos, hace tanto que estaba anhelando volver a ti. Aunque fuese en forma de sueño, me dije una vez; Por lo menos, Dios del destino, déjame volver a tomar sus manos en un sueño. No importa si es justo antes del despertar, no importa si son dos escenas, dos segundos, un instante. Esa noche te soñé.
Como acto guionado, escrito por el mismo destino, ese del que no podemos escapar, y del que muy en el fondo, no queremos huir, nuestras miradas se cruzaron y sin decir palabras, dijiste; Te estaba esperando. No dijiste ni dije nada, pero nos dijimos todo con la mirada. Vino a mi mente entonces ese verso de Sabines, que describía perfectamente lo que nos estaba sucediendo; Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada. Nada. Y nosotros eso hicimos, no decir nada. Nos encontramos de pronto metidos en una escena de amor cinematográfica, blanco y negro, lluvía, un silencio pacificador, una sonrisa, un suspiro. Te extraño, te quiero, perdón. Despertar.
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