Yo soy Fernanda y mi vida fue siempre tuve un hálito gélido como un frío perenne porque realmente fui retraída, compungida y, viví en una eterna soledad. Mi vida fue como la mentira más irreal que poder sentir la fría verdad. Yo soy Fernanda, la que un día salió de su hogar a correr bicicleta por el barrio de la ciudad donde, aún, vivo. Mi vida no me dio más que malos momentos cuando en el altercado friolero de mi existencia me vi varada en "el hocico de Dios", cuando por fin me vi tirada en el suelo. Si caí en bruces con las piernas enredadas por el manubrio de la bicicleta cuando corrí hacia la dirección de "el hocico de Dios". La vida no me dio más que malas emociones cuando mi pasado no fue muy bueno hasta que caí accidentalmente en el abismo y tropecé buscando una salida. Yo caí en el abismo zucumbiendo en un delirio y tan delirante como poder haber sido la imbécil que zozobró en "el hocico de Dios" queriendo hallar y encontrar la única salida, pero, estaba la ladera muy alta por donde me caí. Yo, siendo Fernanda, la vida no fue muy buena ni exacta para mí sino que la vida me hizo ver el cielo inalcanzable y con límites siendo éste irreal para mí. Porque cuando caí en el precipicio sólo vi el alma incolora, sin color ni luz cuando desperté del mal momento y sentí desfallecer en el instante. Yo, Fernanda me arrodillé y caí de bruces y sin saber caí en "el hocico de Dios". La vida sólo me dio un mal momento, un tropiezo inolvidable y, una desgracia tan funesta como lo más débil del alma. Mi esencia cayó del cielo a la Tierra, mi cabeza se mareó y, mi mundo rodó en mi cabeza. Mi presencia fue como un aura en la cabeza de un ángel o como el tridente que lleva un demonio en sus manos. Mi vida zucumbe en un delirio delirante temiendo caer por otro precipicio que más le temí en volver a caer. Yo, Fernanda presentí caer profundamente por el mismo precipicio que me dejó absorta de un espanto seguro cuando realmente me enredé en el manubrio de mi bicicleta y caí rodando hasta llegar a la parte de abajo sin poder, otra vez, subir a la superficie de arriba. Me vi atrayendo al frío nefasto de un tiempo que creí sentir el calor cuando me precipité y caí por el abismo "el hocico de Dios". El manubrio dio mil vueltas destrozando a mi bicicleta y me vi ciegamente dolorida cuando caí reventada al suelo y no supe más de mí. Mi vida fue excepcionalmente fatal cuando por fin vi lo que en mala suerte se electrizó mi vida en saber que en "el hocico de Dios" existió dejando lo peor en mi vida, pues, dejó la caricia de un mal en mi vida y cicatrices imborrables de esa mal caída. Yo, Fernanda continué mi vida como más quise porque realmente me dio todo mala suerte desde que caí en ese precipicio. Y, destruyendo la vida quise yo porque todo me salía mal. Yo, Fernanda recuerdo ese día como aquel día en que caí precipitadamente y abarrotadamente por el abismo tan cruel llamado "el hocico de Dios", y recuerdo su forma, su estructura y, hasta su débil atracción mortífera en creer que mi voluntad era floja de espíritu y de sosiego constante, pero, no, era tan irreal como poder ver el cielo con límites e inalcanzable. Cuando realmente era muy visible a mis ojos cuando yo, caí en bruces caídas y mirando al cielo quedé abatida, herida y, dolorida con el manubrio enredado en mi cuerpo y destrozada la bicicleta. Yo, Fernanda, me sentí herida, compungida y, con mala suerte mirando al cielo limitando mi mirada y mareando a mi mente. Cuando yo realmente caí en el precipicio dejando ver el cielo en mis propios ojos, dejando inerte y lóbrego a mis ojos de luz y con la mala suerte en caer por el abismo "el hocico de Dios". En "el hocico de Dios", un abismo frío, destrozando a mi bicicleta en un santiamén y yo cayendo a lo lejos de la cuna de donde pernocté por primera vez en ese abismo frío y lleno de hojas caídas en un otoño y tan álgido como mi misma piel. Y un susurro creó entre mis labios fríos un hálito gélido que cayó en mi boca por ese frío condescendiente y que me dejó absorta de espantos reales. Cuando yo Fernanda, me vi tirada como una hoja caída si socavó en mi interior el deseo en salir de allí, sí, de "el hocico de Dios". Cuando yo Fernanda, quise pernoctar allí mirando desde arriba a "el hocico de Dios", pero, nunca supe que era un abismo muy profundo. Yo, Fernanda, caí del cielo hacia la misma Tierra zucumbiendo en un frío desenlace fatal cuando el manubrio se enredó entre mi cuerpo y mis piernas y, caí casi desmayada, abatida y herida esperando a que el instinto pudiera decir que me caí en "el hocico de Dios". Y, la vida sólo me dio desesperación, exasperación, miedo y, un temor adyacente de creer que en el imperio de mis ojos caí desde lo más alto del cielo hacia el propio infierno. El infierno se vio incoloro, lóbrego, irreal y, muy trascendental cuando caí desmoronada hacia "el hocico de Dios". Mi vida fue exasperante y, muy adyacente a la vida de una mujer, la cual, pintó y dibujó un demonio en su propio mundo dejando saber que la vida es un momento y que todo pasa para bien o mal. Yo, Fernanda, mi vida fue un torrente de sinsabores marcando la trascendencia hacia un nuevo camino y un destino tan frío como ser una más en "el hocico de Dios" y sin esperar el comienzo de una desesperación inocua, pero, real como tan original es el sabor de un mal comienzo. Mi vida comenzó en ser como una verdad mentira cuando caí en el precipicio o en el abismo de "el hocico de Dios" esperando barrer a las hojas de otoño que cubrieron el precipicio por donde caí. Esas hojas me cegaron la vista queriendo dejar caer mi cuerpo hacia el precipicio más oscuro y tenebroso de todo el barrio por donde yo crucé en mi bicicleta. Mi bicicleta corrió la mala suerte de enredarse el manubrio contra mi cuerpo dejando inerte a la vida, a la emoción y, más a la desesperación en poder hallar una salida en "el hocico de Dios". Mi vida, mi emoción y, mi calidad humana quedó aferrada al manubrio enredado entre mis piernas y caí desenfrenadamente mirando y observando a las hojas de otoño caer sobre mí. Mi vida fue y siempre será haber caído desesperadamente en un pasadizo secreto, el cual, nunca me reveló la verdad de cómo salir de allí cuando se enredó mi cuerpo entre el manubrio y cegando a mis ojos de luz con una opaca luz en derredor. Mi cuerpo cayó hiriendo vil y cruelmente a mi vida dejando a una herida abierta en el costado de mi cuerpo. Mi vida quedó petrificada de un espanto inseguro, pero, vil cuando quedé inmortal en el abismo llamado "el hocico de Dios" y, sin poder jamás salir de allí. Cuando se atemorizó mi vida, mis ojos y, quedó inmortal la herida y sin poder cicatrizar jamás porque en realidad caí en un mal destino. Mi vida se petrificó en la espera en poder descifrar el secreto y poder salir de allí cuando caí desesperadamente bajo las hojas de otoño. Las hojas de otoño cubrieron a mi cuerpo herido zucumbiendo en un trance y en un trayecto imperfecto cuando decreto el secreto del pasadizo irreal, pero, tan real como la herida en mi costado. Cuando mi vida quedó a la deriva como náufrago perdido en el mar buscando un puerto seguro. Mi esencia quedó maltrecha, desolada, abatida y, muy arraigada a la herida en mi costado dejando caer a mi bicicleta en el pasadizo en "el hocico de Dios". Mi presencia quedó a la deriva, malherida y, con un dolor atemorizante en mi costado porque realmente quedé con un dolor inconsecuente. Si cuando caí en el precipicio no dejó nada que dolor en mi piel y en mi cuerpo por la herida mal inconsecuente que tuve al caer. Mi vida fue un improperio nefasto y terrible altercado entre ponerme de pie o buscar a la salida en un abismo del secreto de un pasadizo que nadie conoce ni yo realmente lo conozco.
Yo, siendo Fernanda, caí por un túnel pasadizo en "el hocico de Dios", cuando por perder la vida me dio miedo, temor y horror, porque cuando me vi en el suelo fue cuando en el alma me dio zucumbir en el trance directo de la vida y con una sola verdad, de que me hallo en "el hocico de Dios". "el hocico de Dios", era un pasadizo secreto de una tribu para aquellos tiempos en descubrir a las Américas. Cuando en el alma y en el trance de la verdad se vio fríamente descubierta de un solo trance deliberando a mi alma de tiempo y de sentido adversos y más que eso liberando a mi alma de un ocaso muerto cuando caí en ese precipicio autónomo en haber caído faltando en el aire con una sola verdad de que me hallo tirada en el suelo en "el hocico de Dios". Cuando me dio con la verdad fría fue cuando quise devolver todo el infierno de mi caída en derredor para que fuera más inestable, pero, caí de bruces perdidas hacia un sólo mal destino y fue barrer el tiempo y más que eso en el cometido de sentir el nefasto de los aires como un sólo tormento y más a las hojas de otoño caer a mi alrededor sintiendo caer de cabezas hacia "el hocico de Dios". Cuando en el trance de la verdad y de la amarga historia caí en un pasadizo secreto de un indio. Ese pasadizo me dejó morir en vida porque realmente quedé malherida, adolorida, con cicatrices y, un dolor interminable cuando a las hojas de otoño no las pude ver ni notar. Mi mala insistencia en proseguir el camino de creer que encontraría a la salida en poder salir de ese abismo. La vida no me dio otra alternativa por quedar varada allí en un tiempo que yo creí que pasaría desapercibida, pero no, el tiempo no pasó. Mi vida y mi físico quedó deformado, con cicatrices imborrables e indelebles. Mi vida y yo, Fernanda quedamos a la deriva formando un mar abierto e incierto demostrando que el mar no quiere lo que no es suyo, pero, yo quedé a la deriva debajo de esas hojas en otoño. Mi esencia gritó a voces abiertas detente, párate y vete de allí, dejando inerte a la vida, a la esencia y, más a mi propia presencia en ese abismo llamado "el hocico de Dios". Mi vida se tornó exasperante, con miedo y, con temores en quedar varada allí. Mi tiempo soslayó de penas, desconciertos, y quedó inerte en las mismas horas que no pasaron nunca porque el que cae en el precipicio no sale jamás ni encuentra a la salida. La salida es un pasadizo sumergido entre las hojas de otoño, el que lo halla tiene a la vida, al tiempo y, el triunfo en saber sobrevivir de ese cruel abismo. Yo, Fernanda quedé físicamente adolorida, con cicatrices profundas y muy marcadas porque el manubrio dio vueltas y yo caí en derredor, casi muriendo en el acto. La vida no me dio más que malos instantes cuando mi vida se atemorizó de un espanto proseguido, inerte y, más que eso de insistente frío atemorizante. la vida pasó de insistencia, de crueldad, de mofarse la vida conmigo y, todo porque realmente no vi el precipicio de "el hocico de Dios" tapado por las hojas de otoño. La fe que tengo yo, Fernanda hacia la vida es aceptar mi error por correr en bicicleta en un lugar desconocido, llevo cinco lustros desde que pasó lo susodicho. Lo sucedido me hirió el alma como a gran espada atravesando e hiriendo a mi costado. La vida, mi vida siendo yo Fernanda solamente corrí la mala suerte en haberme precipitado en ese cruel y oscuro abismo por donde caen los lerdos, los impacientes, los tontos y, los estúpidos, pero, no también caen los inteligentes, los sabihondos, los de raciocinio intelegible y, más los conocedores de ese lugar, pero, inhóspito. Allí quedé con mi bicicleta desbaratada, desmoronada y, en trizas cuando, la bicicleta quedó maltrecha y en esa soledad aprendí de los errores, de la vida, de los lugares y, más de mi insistencia por vivir y sobrevivir. Mi presencia quedó como un delirio delirante en creer que el combate en dar una caricia autónoma de la vida quedó en superflúas malas emociones cuando quise albergar en el corazón una sola salida, pero, no logré la salida hasta después de cinco lustros que hallé el pasadizo. La vida marcó un trayecto, una comitiva, un destino y un camino cuando el tiempo pasó de prisa, pero, en mi vida pasó muy lento, débil y, muy difícil de creer. Y, mi hálito gélido quedó y me dejó sintiendo un frío desmoronado en mi vida cuando sentí el frío en la piel y más en mi aliento. Mi hálito gélido quedó con mal sabor, y con un frío devastador queriendo derribar el calor con el frío que exhaló mi boca, sí, un aliento álgido, impetuoso, y deliberadamente muy gélido. Porque cuando a la verdad que se enfrió mi delirio delirante en hacer creer que mi hálito era sosegado y templado como tan cálido, y no fue así, sino que el delirio delirante de un cálido momento quedó a la deriva y sin sostener el desafío y tan frío como el hielo mismo. Y quedé fría como secas eran aquellas hojas, en las cuales, caí desérticamente abatida, e inherentemente adherida como si fuera un pegamento o como un imán adherido a un metal. Y caí desenfrenadamente, abatida, y herida, y mal inconsecuente porque cuando me ví caída allí, supe una cosa que las cosas se levantan cuando pueden levantarse, y salir airosa sólo me vi en un sólo mal infierno, cuando caí desenfrenadamente malherida, y con un dolor entre las piernas insoportable. Sí, caí, y no me volví a levantarme jamás, pues, aunque quedé sangrando por la herida, supe de una cosa, que aquél con la piel sudada se levanta una y otra vez, pero, aunque no estuve sudada por correr bicicleta, estuve desierta y con un hálito muy gélido en ese abismo o precipicio "el hocico de Dios". Cuando mi alma quedó como un zumbido y un sólo soplo en esas hojas de otoño, que cuando caí se desbarató mi alma en un santiamén y, quedé en sola soledad, porque cuando en el alma quedó un sonido a grito a voces, fue cuando no hubo tiempo ni percepción a discernir que el tiempo caducó, pero, no, sólo apenas comenzó el mal tiempo y los cinco lustros en pertenecer al abismo "el hocico de Dios". Si en mi esencia y en mi presencia debí de mirar y de emigrar lo que salió de mis adentros, cuando en el embate de dar y creer en mi alma con una sola mala insistencia conocí el embate de creer que mi alma como a una sola verdad. Cuando en el recelo de mi verdad, me vi friolera y friolenta como en mi alma en una sola insistencia de una verdad y tan fría como la insistencia en creer en mi hálito gélido y tan frío como el mismo hielo, cuando caí rendida en "el hocico de Dios". Si en el trance de mi verdad, me vi fríamente deliberada y con un mal dolor en el alma fría, porque en el trance de la insistencia me vi indeleble y tan fría como el mismo hielo. Porque insistentemente me vi intransigente como un delirio y tan frío y tan delirante como hacer creer que mi alma estuvo fría como el embate de una conmísera mala atracción. Y caí por el pasadizo "el hocico de Dios", cuando me vi desnuda e indeleble como tormenta derribando un sólo mal comienzo en que se perpetra una fría reacción en dar una sola mala salvación en creer en el mal comienzo cuando caí en "el hocico de Dios", y con mi hálito gélido quedé desnuda de un saber autónomo cuando caí rendida soslayando en penumbras de soledades y de un mal tiempo en que quedé yo, siendo Fernanda, como el mismo tormento o como la misma fría tempestad. Cuando en el embate de dar mi aliento al caer por el precipicio "el hocico de Dios", quedé fríamente adherida al fuerte desenlace de una fría verdad con el aliento frío que me quedó. Y se me fue el tormento por donde mismo comenzó el destino frío y tan álgido como quedar derribando al destino y más al camino frío lleno de sombras desiertas y de un álgido porvenir que consecutivamente se siente como un frío desenlace fatal. Mi vida siendo Fernanda, me vi como un pasaje sin regreso destrozando la entrada y la salida en ese pasadizo llamado "el hocico de Dios". Ese pasadizo era de un indio muerto de hace mil años atrás cuando creó ese pasadizo secreto pensando en cazar a animales, pero, en realidad quedé yo atrapada, enredada y más que eso desértica en ese pasadizo sin hallar la eterna salida de "el hocico de Dios". Y, siendo yo Fernanda, mi refugio fue y siempre será mi hálito gélido, el cual, siempre permanecerá en gestar una salida por donde sale la herida y lloran los ojos porque realmente el vicio y el tormento de mi andar se vio atormentado, nefasto y, muy inquietante. Y, yo siendo Fernanda me vi atrapada, enredada y, entre cuatro paredes buscando una salida, la cual, en cinco lustros no hallé porque realmente entre rejas de dolor y en un delirio delirante y malherida como la cicatriz y la herida que llevo en la piel se aterra al saber de su cometido en caer de una bicicleta en el precipicio de "el hocico de Dios". Yo siendo, Fernanda creí que nunca saldría de allí por el embate de que el manubrio se enredó entre mis piernas dando vueltas y enredando todo mi cuerpo con esa bicicleta al caer por el precipicio desnudando a mi piel y de heridas salvajes.
Y esas heridas salvajes me dejaron en el alma una profunda cicatriza, dejando estéril mi vida y más a mi feraz existencia. Cuando en el momento se vio un tormento frío y tan desolado como el manubrio de mi bicicleta. Porque en realidad me vi mortífera como letal cuando en realidad se electriźo mi forma de ver el cielo rodeada de unas nubes llenas de cruel tempestad. Porque cuando caí al precipicio dando vueltas mi mente y mi imaginación también en vueltas se halló, porque en el trance de la caída me percaté de las hojas se adhieren a mi cuerpo por la cruel rapidez y velocidad con que yo caí a "el hocico de Dios". Siendo mi vida, la vida de Fernanda me vi atormentada, desértica, en soledad y, en un trance inocuo como poder sentir el suave desenlace de ver a el cielo dando vueltas y mi mente y mi imaginación mareada de un espanto en precipitar la cruel caída. Mi vida desde ese momento se tornó exasperante, trascendental, inconsecuente y, muy mal varada porque en realidad caí en un abismo oscuro y sin salida. Por conocer el abismo yo quedé cinco lustros en conocer al abismo y poder hallar a la salida. Cuando en el embate de creer que en el altercado frío y desolado me vi buscando a la salida, pero, no la hallé jamás hasta después de exactamente cinco lustros que pasé atrapada, enredada y, atada a esas hojas perdidas de otoño y como retoño renací, pues, en el momento caí desesperada, pero, no decepcionada. Mi vida siendo yo Fernanda me vi en el trance de la vida imperfecto, irreal, atemorizante e incierto de un mal instante. Mi vida fue como el tormento frío, álgido como el hálito gélido, pero, intrascendente cuando en el ritmo de mi vida yo quedé atrapada y atada a aquellas hojas, por las cuales, caí en otoño desnudando a mi piel con una herida mortífera y dejando a una cicatriz indeleble sobre mi piel. Y abriendo pétalos se halló mi forma de ver y de sentir a la vida sin menosprecio porque el error, aunque, fue doloroso fue por mi parte por caer bajo ese precipicio llamado "el hocico de Dios". Mi cuerpo se acostumbró al dolor, al mal olor y, hasta a la mala consecuencia por caer en ese cruel precipicio cuando en el embrague de creer que la manera de mi sentir se tornó exasperantemente inocuo, pero, real. Porque en el trance de la verdad me vi intransigente, incolora y, sin sentido porque en realidad cuando caí de bruces caídas sólo sentí mareo, después fue que sentí dolor. Mi vida siendo yo Fernanda quedé maltrecha y muy insistentemente adolorida porque después de cinco lustros salí del precipicio "el hocico de Dios" con vida, sin herida, devastada, mal oliente y buscando una alternativa en poder salir de allí porque realmente caí en una decepción y en un cruel abismo y sin salida. Nunca pensé que ese mal momento en lidiar y en perpetrar un suicidio que me dejó absorta en un espanto seguro. No. Pues, no quise doblegar la verdad con la sinceridad de mi alma, zucumbiendo en un dolor tan pasajero como poder saltar la página o poder volver escribir un libro comenzando desde el principio.
Yo siendo Fernanda, realmente me vi abatida y herida, si después de cinco lustros salí airosa de ese mal percance cuando encontré y hallé la salida. Cuando sucedió esto es que comenzó de mal en peor mi vida a trascender. Mi vida fue una penumbra, una soledad y, un mal porvenir desde que caí en el precipicio llamado "el hocico de Dios", si fue para mí un evento trascendental cuando ocurrió lo susodicho que por caer en el abismo frío me sentí como náufrago a la deriva, pero, vi salí el sol airosamente cuando realmente la vida me dio una oportunidad. Yo siendo Fernanda, después de esos cinco lustros caí en redención automatizando en la espera de creer que mi vida cambiaría para bien sin importar el pasado ocurrido entre el precipicio "el hocico de Dios" y quedé en total abandono cuando pude salir airosa y triunfante de ese cruel abismo devastador que me dejó la vida en pedazos con una cicatriz indeleble o imborrable. La vida comenzó cuando sentí un hálito gélido al salir del mal percance en ese cruel abismo después de cinco lustros. Cuando salí pude saber una cosa que la vida como termina comienza con el primer embate de la vida esperando abrir las emociones, la vida, la ilusión y, con nueva vida, pero, se me fue el mundo de tiempo y de riquezas cuando en el precipicio llamado “el hocico de Dios” quedé malhumorada, espantada y, con un temor incierto en la vida y con un desaire devastador zucumbiendo en un delirio delirante de creer que el comienzo comenzó en un sólo desafio. Y, mi vida siendo yo Fernanda, fue sólo un mal dolor y un sol con lluvia destrozando a mi vida de tiempo, iras y, de desavenencias, pero, quedé intransigente, herida y, con un dolor punzante en que sólo quedé destrozada físicamente. Y, yo siendo Fernanda, inocentemente caí en el abismo, el cual, me dejó después de cinco lustros una vida insolvente porque mi físico quedó deformado por el poder de la fuerza del manubrio de mi bicicleta.
Continuará…………………………………………………………………………………………..
- Autor: EMYZAG (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 26 de marzo de 2023 a las 00:02
- Comentario del autor sobre el poema: ~ * ~Sinopsis: ~ * ~Fernanda corre bicicleta por el mundo y descubre un secreto pasadizo en la cueva "el hocico de Dios" y nunca más regresa al mundo real porque posee un hálito gélido que la deja sola…Mi #6 de novela corta en el año 2023…Mi #124 de novelas cortas hasta en el año 2023…
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 13
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.