Después de ese instante en que me vi tirada en el suelo, porque en realidad las hojas de otoño taparon mis ojos y ahí es que comenzó todo por lo general. Mi vida fue exactamente exacta e inocua, pero, mi vida quedó marcada por una mala cicatriz y me dejó deformaciones en mi cuerpo como en mis piernas un dolor indeleble porque al caer crucé piernas enredando mi cuerpo entre el manubrio y mi bicicleta. Mi físico no quedó de lo mejor que podemos decir después de pasar cinco lustros allí atrapada, encerrada, y atada como un animal atrapado en su red. Y, yo siendo Fernanda, quedé como órbita lunar atrapando a mi cuerpo, a mi vida, a mis emociones, y a mi intelecto, aunque a la verdad que tengo una insistencia y es poder vivir en calma, en un sosiego constante y en una realidad abrumadora en querer subsistir de la mejor o peor forma, y salir airosa de ese precipicio después de cinco lustros de haber caído allí sí quedé como alfombra y llena de esas hojas de otoño. La verdad que quise fue a esa cicatriz que se fuera de mi piel y de mi vida traté a varios médicos, pero, ninguno me pudo ayudar realmente, si para aquel tiempo no había ni hubo muchos adelantos de la ciencia. Mi vida fue exactamente real menos por la cicatriz que llevo, pero, la llevo más en el alma y esperando que fuera borrable si quedé maltrecha toda la vida. Cuando en el trance de la verdad me vi fríamente indeleble porque en realidad que se me fue el alma y más que eso en el altercado frío de sentir en el alma una mala cicatriz, la que conlleva, muy malos recuerdos y momentos inolvidables. Mis piernas quedaron destrozadas y con marcas de cicatrices, pero, la de la cara es imperdonable. No recuerdo más que el nombre verdadero de “el hocico de Dios”, caí desenfrenadamente sin frenos y frenar a la vida verdad que nadie lo puede hacer. Cuando en mi alma quedó un recuerdo, una memoria, y un mal olvido, porque aunque no quiera no se puede olvidar algo tan irreverente como haber caído en el precipicio de “el hocico de Dios”, cuando las hojas tapó parte del abismo oscuro y tan frío y tan doloroso como haber sido una marioneta o un títere que no tuvo más que una estancia allí en el frío altercado y malherido del precipicio llamado “el hocico de Dios”, y queriendo enredar mi cuerpo me vi casi maltrecha y tan desnuda, pero, lo peor, no fue allí. Fue después de salir de allí, casi después de cinco lustros. Y siempre con hálito gélido fue mi vida y con mi aliento muy frío se debate una sorpresa de la vida y de la existencia, y con poder frenar al destino y al camino quedé yo, Fernanda. Y yo, siendo Fernanda, la jovenzuela más bella del barrio quedé destrozada, pero, en mi alma fría, en mis emociones y en mi carisma deseando abrir el momento de entregar mi fe de aceptar al error que me llevó por el camino o por el sendero abierto de hojas de otoño y que me dejó tirada allí como escombro de un mal tiempo. Porque en realidad, yo Fernanda me vi destrozada con esa cicatriz malherida, abatida, en verdad y como un espectro desolado me sentí. Cuando en el juego del amor, no me vi sacada de un cuento infinito como princesa esperando por el amor de mi vida. No. Si que me vi adolorida y con un mal recuerdo en mi camino y más en mi existir que en realidad no me dejó más que un mal ritmo cuando caminé exasperadamente inocua, pero, muy débil de un alma que no me dejó vivir ni en paz ni en armonía. Porque cuando en el alma se derrumbó y destrozó a mi mundo y más a mi vida, sólo quise ser como el deseo marcando trayectoria y dejando barrer el comienzo se me dio lo más predilecto de los instantes correr ciegamente por la vida. Y no me dejó ni en un sólo minuto de mi existencia, cuando yo, siendo Fernanda, creí en el embate de dar una sola salida de ese cruel laberinto o precipicio por donde caí en derredor, y sintiendo el coraje de ver el cielo se me dio, pero, dando vueltas extrañas en mi cabeza. Cuando realmente me dijo el alma que la luz que quedó opacó en insistencias a mi ira, a mi coraje y a mi sentir cuando grité de un dolor y por un espanto seguro cuando caí en desolación y por correr en la insistencia se doblegó de un dolor inconsecuente y malherido en ver el siniestro cálido de un dolor sin apaciguar. Cuando yo, siendo Fernanda, caí en “el hocico de Dios”, si quise doblegar la razón perdida cuando por empezar después de salir de ese abismo frío quedé como el tiempo y más como una sonámbula de la vida y de la existencia cuando quedó mi alma como una ceniza helada después del siniestro cálido de un sólo tormento en que caí por tonta, lerda y por cruzar un camino desconocido. “El hocico de Dios” un laberinto o un precipicio por donde caí en soledad, dejando atrás vida, belleza, y toda una buena vida. Me vi caída en la bajeza de ese abismo cruel y abatido como un torrente de sin sabores tiernos. Y caí en el tiempo y más como una cruel verdad e insistente coraje de creer en la luz de ver el cielo de mágico color, cuando a la certeza me vi incolora, sin la luz que emana de mi piel y voluntad. Cuando cruza en el tiempo una osada virtud dejando caer en el tiempo una bondad y dejando fuertemente a la verdad detrás de una sola injusticia, pero, yo me pregunto: ¿era realmente una injusticia o un error?, cuando a la verdad me sentí como hoja de otoño tapando un precipicio, el cual, no me dejó más que el sudor, dolor, herida y mucho más cicatrices imborrables en toda una vida. Si en el embate de dar una certeza se vio como el aire o como el desastre de creer en las hojas perdidas de un otoño que jamás regresó. Y quise yo, siendo Fernanda, perder el tiempo y más que eso ganar el olvido, pero, el recuerdo ganó lo que gana el tiempo, un mal recuerdo. Y en un zumbido de un soplo querido quise que mi voluntad fuera como en la alborada, pero, jamás quedé como una marioneta tirada allí en el mismo suelo y sin más que la voluntad de un precipicio llamado “el hocico de Dios”. Y quise realmente ser como el olvido cuando en el embate de dar una conmísera existencia fue en derredor zucumbir y dejar caer a la vida, y más que eso a la emoción y a la verdad que el precipicio se topó como un mal hechizo destrozando a la verdad del improperio en caer dentro de ese cruel precipicio. Y siendo yo, Fernanda, solamente caí en un sistema desolado, malherido y muy adolorido, pues, en el abismo en soledad quedé. Si en el infortunio de creer en el silencio me dediqué a ser como la pureza de la verdad cuando creí que mi vida terminaría allí. Y, todo porque mi hálito gélido quedó destrozado, sintiendo el frío nefasto de ese cruel abismo y, tan oscuro porque tardé, esperé y hallé a la salida después de cinco lustros de vida. Mi vida fue una insolvente mala insistencia en creer que mi mundo no cae del cielo a la Tierra sino que crece como principio a fin dejando mortífera a la vida, a la existencia y, al corazón porque en verdad que mi corazón dejó de latir funestamente cuando en el altercado me dejó abarrotar la mala persistencia en saber dejar abrir a mi corazón de par en par, pero, en realidad pasé cinco lustros buscando la salida. El corazón envejeció de tiempo, de espera y, de soledad cuando quedé en total soledad por un físico mal deformado. Mi vida fue un altercado frío, desolado, inerte, en una soledad clandestina, pero, la más amarga de mi existencia cuando quedé sola, envejecida y, con un dolor inconsecuente en el alma. La vida no me dio oportunidad, escape, un horro o una libertad a ciegas como poder pasar desapercibida, pero, tan incolora como la luz tenue y opaca de mi existencia en mi fría habitación dejando caer a pinceladas el velo de amor, el cual, nunca en mi vida utilicé. Mi vida fue un torrente de sinsabor, incoloro, muerto de espanto y, de un cinismo en mi camino porque a la verdad hallé sin duda gente sin compasiones, hipócritas y cínicas. Y, en mi insistencia en la vida quedó compungida. impasible e indeleble porque realmente zucumbí en un trance delictivo de un delito inconsciente, pero, muy certero. La vida sólo me dio un artefacto como corazón latiendo fuertemente, pero, realmente muy débil en su naturaleza. Y, aún, me faltó una condescendencia autónoma de creer en mí misma cuando salí de ese trance imperfecto de caer por el precipicio llamado “el hocico de Dios”. Yo, no creí jamás en poder decir ni expresar ésto que me aturde, aún, la vida, la existencia y, mi ser. No creí en mi voluntad de mujer, me dejé caer abatida, malherida, adolorida y, mal inconsecuente en ésta pobre vida y existencia cuando dejé de existir por mí misma dejando caer un imperio de ojos hermosos, cabellos como el rico manantial y, con una piel de porcelana porque sí fui una mujer hermosa, estupenda, con un carisma envidiable y, con buena actitud ante la vicisitud y ante la vida de una existencia zozobrando en el altercado de un siniestro sin precedente al dejar caer a mi cuerpo enredado en el manubrio de mi bicicleta. Mi vida sólo me dejó una mala cicatriz devastando, desmoronando, entorpeciendo a mi piel de niña porcelana. Yo, Fernanda, me dejé caer en el abismo frío que nos depara la vida, a veces, caí profundo y tan hondo como el mar abierto y bravío, ahogando mi vida en una mala corriente sin poder, otra vez, ver la salida. Me dejé caer, sí, y no por depresión ni por mala psiquis sino por el miedo y el temor a ser aceptada con mi cicatriz en mi cara y en mi cuerpo. Yo, Fernanda, dejé ver el cielo de azul celeste sino que lo vi de gris tormenta con un pasaje o un boleto sin regreso a mi vida. Si mi propia vida hubiera irrumpido viceversamente, adversamente o en lo contrario de todo ésto, realmente, ¿hubiera sido feliz?, pero, es una pregunta que queda en el tintero siendo devastadora y real como es la posible vida misma. Cuando realmente me vi intransigente, con dolor y, muy perdida en el mundo real, cuando verdaderamente creo que nunca salí de ”el hocico de Dios” irrumpiendo en mi camino con una amarga soledad intransigente, inconsecuente, deliberadamente y, con un mal presagio en quedar sola como la misma soledad. Yo, Fernanda, quedé adolorida con la vida y con la insistencia de un dolor sin apaciguar como el frío en la piel y como una cicatriz indeleble. Yo, Fernanda, caí en derredor zucumbiendo en un trance delirante, impetuoso, atrayente y, de un dolor sin poder haber cosechado. Mi esencia se miró al espejo y lo que siempre miré fue a una terrible cicatriz en el rostro irrumpiendo en un sólo dolor tan amargo como el mismo imperio sosegado y caí en un profundo hoyo hasta que me dí cuenta que en realidad toqué fondo de un barril lleno de escorias mal inconsecuentes. Y, yo siendo Fernanda, la que un día le dio poder a la velocidad dejando caer inerte a mi cuerpo, a mi piel en un abismo tan profundo llamado “el hocico de Dios”, si mi bicicleta quedó desbaratada, desmoronada y, yo, enredada entre hojas caídas de un otoño que quizás no volvió jamás. Cuando, de repente, me vi trascendida, transparente y translúcida de un tiempo que pude hallar a la salida en el abismo “el hocico de Dios”, busqué y palpé hoja por hoja hasta lograr ver el pasadizo secreto que construyó un día un indio para la caza de animales. Yo, Fernanda, caí en redención, petrifiqué mi espera soslayando y sollozando a la misma vez por la espera inesperada en poder lograr hallar la cruel salida. Las hojas son como un jeroglífico una a una cae a la par, posiblemente dejando ver el pasadizo secreto para poder salir de allí. Yo, Fernanda, creí en el poder humano, en el poder de Dios hasta lograr salir de allí después de cinco lustros sin poder asear a mi cuerpo, sin poder limpiar a mi piel y sin poder curar mis heridas. Y ahora, yo Fernanda, creo que el tiempo me juega una carta al azar cuando realmente me pierdo en mi propia vida, en mi propia existencia y, en mi propio camino. Y, yo siendo Fernanda, me vi atraída con la espera exasperante por la vida y más por la mala situación en dar una señal en poder salir de ese precipicio llamado “el hocico de Dios”. Mi vida fue indeleble, permanente, en una eterna soledad llamando a lo amargo, a la hiel de cosas inexistentes cuando mi vida fue y será destrozada como la velocidad que tomé y por caer en ese precipicio llamado “el hocico de Dios”. Mi vida quedó en un desconcierto después de pasar cinco lustros buscando la salida y jamás he logrado realmente salir de allí con malos recuerdos, malas vivencias y, sin poder ser inolvidable el momento. Porque cuando por fin hallé la salida pude ver el sol, el cielo, a las aves y, a las estrellas de noche porque realmente pude salir del abismo frío, friolero, friolento dejando un hálito gélido en mi boca y en mis labios resecos por el frío. La vida me dio un altercado frío, nefasto y, delirantemente inocuo cuando caí en redención hacia el precipicio llamado “el hocico de Dios”. Y, al fin y al cabo, mi deseo fue volver a la ladera de donde realmente me había caído para proseguir y volver a mi camino. Mi vida fue realmente mala, de mal inconsciente, herida y sin Dios buscando siempre una sola salida que pierdo o gano en la búsqueda de mi propia existencia. Y quise en ser como el pasaje de ida y sin más regresos que la misma verdad, pero, quedé herida y abatida, en la misma realidad de tomar un atajo sobre ese pasadizo oscuro y tenebroso que me dejó la vida por caer en ese precipicio llamado “el hocico de Dios”. Mi vida tomó otro giro y fue el de siempre ser la fea, la que siempre tuvo una herida y una cicatriz en el rostro dejando caer en el mismo imperio de mis ojos la luz y el tiempo. Cuando en el ocaso de ese día inesperado, sólo lo que vi fue una mala esencia de mi propia alma, porque en el alma se siente una sola soledad en el destierro del alma. Y me vi, yo Fernanda, hacia la caída más cruel, más vil y más mal inconsciente en esta vida en que sólo el mal deseo me vi abatida de iras y de un mal destierro. Porque cuando en el alma de mi propia vida, y de mi propia existencia en la alborada se sintió como redención efímera dejando saber que el destino es frío y tan álgido como la misma verdad, porque cuando caí por el abismo frío, sólo yo sentí, mi hálito gélido y tan frío como en derredor. Ese pasadizo era frío y tan impetuoso, como el mismo tormento en que caí enredando a mi cuerpo y a mi piel con el manubrio de mi bicicleta. Cuando, realmente, me vi friolera e impasible de temores inciertos, cuando a la verdad que el triunfo en ver la salida hacia el cielo sin límites, buscando lo más inalcanzable del cielo, me vi caer desde lo más alto y fue del precipicio, “el hocico de Dios”, y en “el hocico de Dios” se vio exactamente indeleble, pero, inocuo, como siendo yo Fernanda, transparente y caí como un animal encerrado, atrapado, y atado a la deriva. Y me vi abatida, indeleble, impasible e irreal, como ese animal atrapado, enredado y destrozando a la fría verdad. Y yo, siendo Fernanda, me vi irrumpiendo el destino sintiendo el desafío de tener que aferrarme al frío, al delirio delirante de creer en el precipicio de “el hocico de Dios”, y en ver la atracción fría en querer irrumpir en que el desafío se aferró al desconcierto de un frío destino y de un camino frío como por donde caí en el abismo, pues, en el abismo se siente un sólo desafío y es poder saber de la salida de “el hocico de Dios”. Y mi hálito gélido quedó destrozando a mi aliento de frío y de gélido porvenir cuando en el suburbio de un corazón me vi atrayendo el frío gélido en mi boca. La mala esencia, o sea, mi propia mala esencia se vio en un altercado frío destrozando mi propia realidad. Mi vida se vio fríamente con un hálito gélido, el cual, deliberó la osadía de creer que en el embate en dar un frío nefasto desde mis propios adentros, zucumbiendo en un frío de miedo en mi interior. Y mi interior se fue de la vida, de la forma irreal de sentir adversamente el delirio cuando en mi afán en saber de la realidad quedé delirantemente maltrecha. Mi presencia, siendo yo Fernanda, me vi y me sentí como un frío indeleble cuando ocurrió lo susodicho del peor momento en mi vida. Yo soy Fernanda, la que un día caí por el precipicio llamado “el hocico de Dios” y no supe nada del mundo real hasta que después de cinco lustros me veo aquí en “el hocico de Dios”, tirada en el suelo, y más que eso entre hojas de un otoño que no regresó jamás, si soy Fernanda, la que un día caí por el abismo “el hocico de Dios”, y realmente estoy aún aquí entre hojas de un otoño, que no creo que se vaya jamás si nunca hallé la salida quedando inerte, y con un hálito gélido entre mis labios desde mi oscuro interior.
FIN
- Autor: EMYZAG (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 27 de marzo de 2023 a las 00:02
- Comentario del autor sobre el poema: ~ * ~Sinopsis: ~ * ~Fernanda corre bicicleta por el mundo y descubre un secreto pasadizo en la cueva "el hocico de Dios" y nunca más regresa al mundo real porque posee un hálito gélido que la deja sola…Mi #6 de novela corta en el año 2023…Mi #124 de novelas cortas hasta en el año 2023…
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 10
- Usuarios favoritos de este poema: Lualpri
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