La carnicería

Golpe de mar

 

Toda la semana con hambre de agua y pan;

Hoy me doy un salto 

                                  por la carnicería.

 

Quiero comer en el suelo 

todos los cortes de tu cuerpo

                     en tierra oscura, 

                                               con picones

que desdeñen el cielo de mi lengua.

 

Esternocleidomastoideos, trabajo a broca profunda.

 

Radiofrecuencia,

colmillos y molares al ritmo de un desgarro,

presión descontrolada con la música de un grito

anestesia enjuagada con escorias de dolor.

 

¿Para qué quieres tus orejas, sino es para tapar a mi rugido?

 

Un aperitivo, te quedas sin otro sentido.

 

Ya no puedes asustarte… afilaste los cubiertos templados en la taquicardia de un erizo de vapor que vislumbraste,

con la piedra pómez de tu risa.

 

Toca tumbarse cara al Sol.

 

Caliéntate, te quiero sangrante,

Chili chili.

 

Voy a por tu lengua enfrascada en mi lujuria. 

 

Lo siento por darte este beso,

me supieron a gominolas 

las dunas

por las que se entierran

                                      mis excesos.

 

Apenas un pistacho abierto 

y tengo el gusto frente a mí.

 

Ya mejor me quedo tranquilo

sabiendo que a nadie 

se lo vas a decir.

 

Un buen plátano amasado,

no hay ardores en mi estómago

                                               viciado.

 

Me lanzo al cuarto plato

del menú degustación.

 

Escarbo entre tus tripas, 

a dentelladas del gondolero suicida.

 

Los altos hornos que hacen

del acero, plastilina.

 

Sorbo a la italiana, me enredo

una última vez.

Una momia sin sarcófago

                      con la piel canalla de gallina. 

 

Me agrada el sabor de la ensalada que comiste, 

gracias por la sana guarnición.

 

Ya me bajo al plato fuerte 

La cabeza del fósforo prendió.

Sanguijuelas buscando tu agujero

ciegas de MDMA.

 

Queratina en bucles flambeados.

 

Tus muslos poco hechos, al mirarlos.

Los uso a modo de antifaz

para que no me dé pena maldita

vaciarte el sexo,

                                 Ablación voraz.

 

Ya me lo he comido casi todo, 

pero aún tengo hambre de dulzor.

Te dejé vacía hasta las caderas, 

Te lloré adentro con formol.

Que nada más te use tras este cuerdo descontrol.

 

Dos flanes de huevo y leche condensada

con turgentes picotas en contralto.

El caramelo que se tuesta en el sadismo

facilita la succión a dos besos francos.

 

Ya me siento lleno,

limpito en el rojo carmesí.

 

Con un charco coagulado y tus pinreles

le hago caso al consejo del dentista

y por tres minutos froto 

esmalte, caries y encías.

 

Con un poquito de tu pelo

termino de limpiarme esta osadía

libero de entre mis dientes

los trocitos de la mujer que yo tenía.

 

Afortunadamente, 

sólo fue una fantasía.

 

Me pregunté, ¿Y yo qué haría

si nos quedase sólo

un último día?

 

Comerte, 

                amor, 

                         literalmente, 

                                              comerte.

             








              










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