De una manera o de otra, corazón.

Alberto Escobar

 

De la importancia de olvidar. Me vienen fantasmas a la cabeza, pensamientos negativos, abajantes, mi mundo siente un pequeño sismo y de repente me olvido, desaparece de mi mente ese nubarrón y todo vuelve a la calma. 

— Funes  el memorioso de Borges y otros personajes concomitantes con la memoria. El Leteo y sus aguas...

 

 

Me gustan tus adioses.
Son adioses que no están revestidos 
de un para siempre —solo es un hasta pronto.
Dices adiós y despides este segundo
para decir hola al siguiente y así...
Sucesivamente me introduces 
en una vorágine perfecta, de idas 
y venidas, de un oleaje que no halla puerto.
Me dices adiós y nos sumergimos
en una amalgama de besos y abrazos, 
de ahoras que mandan y mañanas que no existen. 
Cabalgamos el momento a uña de caballo,
atravesamos los campos hasta llevar 
la correspondencia a donde corresponde.
Me besas con la lentitud exasperante 
de un perezoso recién levantado de la siesta.
Me derramas tu languidez sobre los labios
y acaba desembocando mi deseo en el paladar
extraño de una despedida que apenas queda en el intento.

Me aseguras que ya no más, que queda clara
tu postura y tus propósitos, que esta vez es la última,
pero lo que me gusta de ti es que un no no es no,
es un sí con algún condicionante en su predicado. 
Te has ido diciendo que no puede ser, que ya basta. 
Podemos conversar largo y tendido, te digo, y tú,
incrédula y anhelante al mismo tiempo, te rindes
a la evidencia, miras al otro lado y te lías la manta 
a la cabeza.

Me gustas cuando dices no y me miras a los ojos,
porque tu mirada no establece ninguna obligación,
solo implora un deseo que no es deseo de dentro
sino que brota y se derrama, y queda sin cauce. 
Me encantas cuando me suplicas que pare, que ya
lo hemos hablado, que te respete, y cómo tus manos,
a continuación, dibujan unas palomas que ascienden
pidiendo árnica, misericordia y conmiseración a mansalva.

Me encanta cuando me suplicas con los ojos y las manos
a modo de rosario, de ruego y rezo, y después, acto seguido
accedes entregándote a la causa, poniendo tu boca hialurónica
al servicio de la mía, como un vaso que se abre al agua
desprendida de una jarra, maná de un cielo que llora. 
Me encanta tu bondad, tu no querer molestarme con un no,
con una astilla que me pueda cercenar el alma y dejarla pasto
de los buitres.

¿Ytu mirada? Esa mirada que me condujo al cadalso pocas
fechas antes y que se me clava otra vez en el alma como aquel
día, que sigue vestido de rojo en mi calendario. Volvimos al  
mismo sitio donde nos conocimos, cerrando sin abrochar 
lo que no puede cerrarse porque no se conoce ningún universo
que haya sido cerrado; una herida abierta a ti y a mí, al reencuentro.

No me voy, no te dejo, no puedo. Todo sigue igual, Preservaré
las distancias mientras el fuego lo permita, respetaré tu decisión
siempre que no sucumbas a las ganas de besarme. 
Te sientas para irte, sientes al sentarte un peso en el corazón, miles
de emociones colgando de sus aurículas, miocardios y ventrículos
y te pesa, te pesa tanto que apenas respiras cuando tiras del cinturón
y ves que no te llega la camisa al cuello, una camisa negra. 
Los dos conjuntados —hasta en eso se deja sentir la complicidad. 
Hasta pronto corazón. Sabes —y me lo dijiste el otro día— que estamos
condenados a estar juntos, de una manera o de otra, siempre. 

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  • Autor: Albertín (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 2 de abril de 2023 a las 15:06
  • Comentario del autor sobre el poema: Pequeña semblanza de un día inolvidable, como lo es ella.
  • Categoría: Espiritual
  • Lecturas: 28
  • Usuarios favoritos de este poema: Carlos Eduardo, lacarmentere
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Comentarios +

Comentarios1

  • lacarmentere

    Imposible irse y no regresar, si lee tan bellas palabras.
    Excelente!
    Saludos

    • Alberto Escobar

      Sí, no podemos separarnos aún la circunstancia.



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