Un murmullo suave me decía:
¡No duermas en las noches,
se agazapa la soledad
y muestra su rostro más osado!
Hay labios que lloran en un beso
el lirismo de un vino atormentado por el desorden
de sus venas.
Hay manos en actitud vetusta
con su desértica arena, retoñando en cada instante
en la aciaga tinta de su memoria.
Y aun cuando me decían:
¡No ames a diario!
¡No abras tan fácil tu corazón…!
La aurora con su aire dulce, encarnada en el amor
acorraló todo.
¡Sí, sí, todo!
Arrasó todo: los párpados, la mirada fiera, las calorías
de los hielos, el justo medio,
la castidad del hereje en el filamento positivo
de su íntima pasión.
Hoy los ojos negros de infatigable silencio
brillan como cristales rotos
a la sombra de su cautiverio;
Y al escrutar las huellas, en los caminos curvos,
que en su huida se pierden
en lo hondo de la noche: un reguero de hienas
va detrás de una vieja herida
que arrastra tembloroso
todo su remordimiento.
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