Me duele el dolor

Dr. Salvador Santoyo Sánchez

Este mundo insólito está sujeto a las leyes del creador. Pero también  depende de cada ser y de como actúe; se mueva o piense.

          Uno de esos seres maravillosos, únicos e irrepetibles era mi madre. Se llamaba Rosa y siempre pensé escribirle una prosa. Un día recordé que su nombre provenía de Rosa de Lima, y dije bien merece una buena rima.

          Dentro de la nebulosa de mis recuerdos, aparecen destellos e imágenes de mi inusitada infancia; por ejemplo mi hermano Juan; por cierto el mayor de ocho hermanos, donde yo ocupaba el cuarto lugar.

          Juan, era muy inquieto le gustaba investigar, descubrir el "mundo"; claro a nuestro limitado alcance; casi  no salíamos a conocer  otros lugares por no tener dinero mis padres.

          Una de las aficiones de mi hermano mayor, eran las bicicletas y se esmeraba en tener limpia, brillante y bien adornada su maquina de dos ruedas con todo lo que las agencias ofrecían: barbitas para los manubrios, cinta reflejante  para ser visible por las noches, bolitas  de plástico para los rayos, guardafangos para la lluvia, timbre manual, espejos laterales, en fin más y más cosas.

          Yo más pequeño en edad y estatura (me decían "zotaco" y se reían) solo observaba lo que hacía con su reluciente y deslumbrante bicicleta; imaginaba subirme y disfrutarla, ser grande y poseer una también .Siempre tratando de subirme, manejarla; cosa que por mi edad resultaba imposible. Muy frecuentemente escuchaba los gritos de mi mamá y de mi hermano: -¡deja esa bicicleta, se te va caer encima!  -¡no le muevas nada!, pero haciendo caso omiso continuaba con mi recorrido por la estructura de tan inquietante artefacto.

          En una de tantas ocasiones en las que me divertía dándole vueltas y vueltas a los pedales y escuchar el ruido que producía la cadena al girar y girar. De pronto no sé cómo; - ¡Grite desgarradora y dolorosamente  - ¡Ayyy mi mano, ayyy mi mano!. La primera en llegar fue mi madre. llevándose las manos a la cara, con el rostro desencajado por la sorpresa gritó, -¡mira muchacho como tienes esos dedos atrapados en la estrella de la bicicleta! -¡Ayyy mi mano!, escurría la roja y caliente sangre por toda mi extremidad; un dolor punzante ardoroso cubría mi antebrazo. para ese entonces ya estaban en la escena; juan y mi tía Sara, que al escuchar tal escandalo corrió tratando de ayudar. yo no paraba de llorar y no podía retirar mis dedos de la cadena; era un dolor insoportable que yo sentía que quemaba mi carne y mi hueso, una sensación de angustia, de miedo, de no saber que va a pasar; en mi había la sensación de que iba a perder mis dedos. -¡madre mía! musito mi mamá -como le sacamos los dedos Juan, si le giras para adelante se va a lastimar más sus dedos y para atrás no va a dar vuelta la cadena. Eso decía con angustia mi abrumada madre; reinaba la confusión, mis gritos y dolor iban en aumento cada vez que movían la cadena. -¡como le haremos hijo! ¡no está tu papá!... Mama - dijo juan tratando de guardar la calma; usted levante la bicicleta con cuidado y yo le doy vuelta a los pedales. mi madrecita asintiendo con la cabeza levanto el vehículo por la parte trasera, mi hermano con cierto cuidado movió lentamente la estrella (ahora me da risa, mi tía decía dale para delante, mi madre dale para tras y no se ponían de acuerdo) con un movimiento en sentido inverso a las manecillas del reloj, por fin mis dedos fueron liberados, no sin sentir dolor.

          ¡Ven hijo! con filial ternura, me abrazo, me cargo y nunca olvidaré el consuelo que brinda el regazo de una madre, sobre todo cuando se es niño. yo seguía sollozando por el dolor que no cesaba.

          Llegó la pomada de la campana, mi dedo aún sangrante y mi llanto que no terminaba. -¡mamá!, no se me quita el dolor; con mucho cariño lavó mi mano y mis dedos; es una cortada profunda solo en un dedo, por eso no paraba el sangrado, el otro solo esta morado dijo mi atribulada madre. Cuidadosamente me aplico la pomada, para después cubrirlo con un pedazo de tela limpio. Aún recuerdo que al trapito le hizo un nudo, pues no había con que sostenerlo.

          Cálmate hijo, pues no dejaba de llorar. Como le hago para que se me quite el dolor. Inteligentemente me dijo pídele a Nuestro señor  que te quite el dolor, que te cure; Dios le hace caso a los niños y más si se lo piden con fe y devoción. Corrí a la cama donde había una imagen de Cristo en la cruz, me hinqué en la almohada y recuerdo que pedí con mucho fervor de niño que me curara; llegó el cansancio y me quede dormido, no supe cuanto tiempo.

          Cuando desperté... no había dolor alguno, no percibía sensación de daño. -¡Mamá, mamá mira ya no tengo nada!, mis sollozos eran de sorpresa; me retiré el trapito con huellas de sangre, pero mis dedos intactos, sin herida , sin moretón.

          Hubo sorpresa en mis hermanos, en mi madre, en mi tía. ¡¿Porque mamá ,porque?! Pues hijo, yo creo que se lo pediste con muchas ganas , con mucha fe y él te curó.

          Hechos así, son imposibles de olvidar. 

 

                                                             Dr. Salvador Santoyo Sánchez

                                                                         Junio de 2020.

          

  • Autor: Salvador Santoyo Sánchez (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 14 de abril de 2023 a las 22:50
  • Comentario del autor sobre el poema: No se escribir, pero quiero que este hecho real se conozca .trataré de mejorar las reglas de la sintaxis. como dije alguna vez, he leído otras publicaciones y porque no expresar lo mío. saludos cordiales.
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 14
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