El primer día de colegio, Jaimito se encontraba aclimatándose a su nueva clase cuando su compañero de pupitre le pidió prestada la goma de borrar. Jaimito le contestó que él nunca usaba goma de borrar. Entonces su compañero le hizo saber que era obligatorio llevarla porque entraba dentro del material escolar indispensable, y ante cualquier equivocación al escribir, era necesaria para evitar hacer un borrón en la libreta. Para zanjar el asunto, Jaimito, con tono cortante, le dijo a su compañero que él no hacía borrones ni necesitaba goma de borrar. Ante una respuesta tan tajante, para no avivar la polémica, el compañero de Jaimito decidió no insistir más, aunque sabía bien que todos se equivocan alguna vez al escribir, siendo necesario borrarlo para rectificar. Por lo tanto, la primera impresión que tuvo de Jaimito es que se trataba de un niño engreído, lamentándose en silencio por la mala suerte de haberle tocado sentarse al lado de un niño tan engreído.
Al día siguiente, de nuevo se encontraban en clase cuando el compañero de Jaimito le pidió a éste el sacapuntas, y obtuvo idéntica respuesta que el día anterior, es decir, que Jaimito tampoco tenía sacapuntas. Al comunicarle que el sacapuntas también formaba parte del material del alumno, Jaimito igualmente atajó explicándole que no necesitaba sacapuntas porque él nunca escribía. Esta respuesta lo dejó un tanto avergonzado, pues le hizo caer en el error de haber juzgado a Jaimito antes de tiempo. Cambiando de opinión, dedujo que Jaimito no era un engreído, sino un vago, e igualmente se sintió desafortunado por compartir pupitre con un niño tan poco aplicado, que en nada podría ayudarle a la hora de resolver cualquier duda.
Al tercer día, Jaimito sacó de su mochila tres libretas, las puso encima de su mesa, abrió una de ellas y comenzó a ojearla mientras pasaba las páginas. A su compañero le extrañó verlo mirando una libreta que no le servía de nada, puesto que nunca escribía. Agachó un poco la cabeza fijando su atención pero solo pudo ver páginas en blanco, y por curiosidad, le preguntó para qué necesitaba las libretas. Entonces Jaimito le contestó que esas eran las libretas donde imprimía su imaginación. Según sus explicaciones, una de ellas, la que estaba mirando en ese momento, estaba a medio imprimir de dibujos imaginarios; otra, casi completa de cuentos imaginarios; a la tercera le faltaban 3 páginas para completarla de poesía imaginaria.
Al ver el gesto de estupefacción de su compañero, Jaimito abrió la libreta por una página cualquiera, y apoyando su dedo índice sobre ella, le comentó que ese dibujo llevaba por título "La rompiente". El compañero de Jaimito pensó que estaba siendo objeto de burla, y con severidad en el rostro, le explicó que en una rompiente hay olas, playas o escollos, y ahí no veía nada de eso, tan solo una hoja de libreta en blanco. Jaimito le aclaró que esa no era una rompiente al uso, sino una rompiente de sueños, y con todo lujo de detalles, deslizando el dedo por la hoja le señaló la cama biturbo a punto de estamparse con un alambique. Llegados a este punto, el compañero de Jaimito cayó en la cuenta de su patinazo al juzgarlo erróneamente por segunda vez, concluyendo al fin que no era un engreído ni un vago, sino que estaba como una chota. A pesar de ello, sentía una tremenda curiosidad por ver otro dibujo imaginario, y así se lo dio a entender. Jaimito, entusiasmado por el interés de su compañero, pasó otra página de la libreta y le mostró a su compañero el dibujo "Muertísimo", en el cual aparecía un esqueleto barnizando su propio ataud. A continuación sonó la sirena del final de las clases, devolviéndolos a ambos a la realidad de los horarios impresos en la rutina.
- Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 23 de abril de 2023 a las 12:40
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 8
- Usuarios favoritos de este poema: Texi, Romey
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