DESDE EL CORO DE LA IGLESIA

DESDE EL CORO DE LA IGLESIA

 

Por una escalera muy lateral,

y escondida de la vista del público,

se ascendía hasta el espacio del coro,

donde mi madre había cantado

de joven las obras principales del ritual

religioso, en el orfeón. Y desde allí,

claro está, todo se veía y era distinto,

más desde cerca de los ventanales vidrieras

que lindaban con el techo, con el cielo,

de la altura mística de la claraboya

por donde penetraba, abundante,

el chorro de luz natural. Era como

un salto cualitativo destinado,

tan solo, a unos pocos privilegiados

y por encima del sacerdote que celebraba la misa,

más arriba y más allá, mucho más lejos,

y sin ninguna piedra en el camino,

aparentaba un rincón celestial.

Me cogió por sorpresa aquel ascenso,

el ruidoso volteo de las campanas

mientras iba subiendo,

con los cabellos rubios tan cerca de lo azul.

Y, sentados en los bancos del suelo,

el resto de los feligreses parecía

algo mucho más pequeño y limitado,

en una panorámica como a vista de dron.

 

 

Gaspar Jover Polo