Tomábamos agua con las dos manos como taza.
Tomábamos cuando el sol nos lo recordaba.
Era refrescante el agua, no era
inodora, incolora e insípida.
El agua era dulce, refrescante, igual a la idea.
Agua de transparencia, de inocencia.
Teníamos la necesidad de probarnos el agua,
vestirnos el manantial, la frescura, y guardar el sol
debajo de los secretos, la memoria y la nostalgia.
Deseo que mis hijos tengan la limpieza,
vean el verde puro y el agua saludable;
que puedan contemplar la salud,
el tallo de palabras firmes,
que no tiemblen porque saben demasiado.
Hoy enredamos los tiempos
en un presente pobre, austero.
Tengo encerrado en mi puño el sueño masivo,
lo aprieto sin asfixiarlo. Es un animalito tembloroso.
Su piel tiene una delgadez extrema, recién nacida.
Lo cuidaré de la radiación, aunque no sé cómo
un amor puede sobreponerse al daño infinito del odio.
El agua, el aire, el alimento, de las pizcas de odio,
el plato está servido en el infierno,
pero en el puño tengo un animalito descarnado.
Implora por un rincón, por un hueco en la realidad.
Lo retengo como a mi destino, en el puño.
Tendrá que ver con el extravío y la alegría de soñar,
estará en todo este animalito que antes que nada
deshace el olvido, rechaza el pensamiento estanco,
que desvía la mirada, sólo ve el cáncer y lamenta.
La cicuta de mi generación es el olvido.
No hay quién defienda a este animalito.
Cierro el puño, le doy albergue.
Es un piletón de preguntas,
porque no hay una decisión previa, un aviso,
sólo una pesadilla montada,
cerrando el puño con fuerza.
Aparece cuando no quiero ver
como una mancha inconciliable.
Es la mosca del fruto, el cáncer volátil.
Hay un ataque constante.
Una guerra no declarada a las células,
a todo lo que vive.
El odio a la vida arrasa poblaciones.
¿La vida puede olvidar sus tumores?
Podemos tomar el agua del río
con la conciencia en blanco,
un vacío transparente,
un silencio abrumador.
He visto la muerte abierta como heridas,
está criando gusanos en la piel.
La muerte reproduce la muerte,
ova en los ojos el miedo.
La oscuridad vertida a los rostros rebasa la palabra.
Ensayan la palabra y les queda un tumor en la lengua.
Es un síntoma, no una enfermedad.
La enfermedad no está en el cuerpo.
Ahora el agua está en mis manos,
no siento la misma tranquilidad.
Me atraen sus labios como escurridizos peces.
La desconocida tiene los colores de la muerte.
Beberé de la verdad.
- Autor: J.L.G. (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 10 de mayo de 2023 a las 07:49
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 33
- Usuarios favoritos de este poema: Lualpri, Lucía Gómez, Willie Moreno, MISHA lg, Llaneza, Miguel Ángel Miguélez, WandaAngel, Freddy Kalvo
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