El capitán de las S S
fue eligiendo uno a uno:
“du, du, du ... “ (“tú, tú, tú, ....”).
A los elegidos, veinte en total,
les hizo subir a un camión
con destino a un descampado, alejado de la ciudad.
Allí permanecieron más de una hora, esperando,
esperando.
Transcurrida, apareció un camión cargado de hombres y mujeres
con el uniforme de los campos de concentración.
Un par de soldados de los que ya estaban allí cuando llegaron los nuevos,
les obligaron a bajar a golpes de fusil.
Uno de los soldados, Franz, reconoció entre las mujeres a Ana,
una chica a la que había conocido en Berlín y con la que trabó amistad.
El capitán les ordeno se alinearan a metros de distancia de los soldados.
Era evidente lo que se perpetraba.
Los soldados permanecían horrorizados
por lo que ya advertían les iba a obligar hacer.
El capitán gritó:
“¡Belastung waffen!” (¡Carguen armas!)
El soldado Franz, incapaz de involucrarse en el crimen
tuvo la intención de separarse del pelotòn
para no disparar sobre aquellos inocentes.
Pero antes de que los soldados tuvieran tiempo de obedecer la orden
el soldado Ernst, se le adelantó,
se separo del pelotón
y se echo al suelo llorando.
El soldado Franz permaneció inmóvil en su sitio.
“¡Ich kann nicht! ¡ Ich kann nicht!“ (“no puedo, no puedo”)
gritó el soldado Ernst.
El capitán al mando del pelotón, desenfundo su Luger,
se acerco al soldado que estaba en el suelo llorando,
y de un disparo en la nuca termino con su vida.
Los soldados del pelotón de fusilamiento
observaron la escena horrorizados, despavoridos,
conocedores de lo que les iba a ocurrir
si hacían lo mismo que Ernst,
separarse de la fila.
Tras el incidente, el capitán volvió a repetir:
“¡Belastung waffen!
Los soldados obedecieron y cargaron sus armas.
Al instante el capitán lanzó la fatídica orden:
“¡Feuer!”(‘¡Fuego!)
Los soldados disparon.
Los judíos se desplomaron muertos.
Franz no pudo apartar jamas de su memoria aquel crimen
en el que con los otros soldados, se vio obligado a participar.
Fue la vida de los judíos por su vida.
Esta era la razón a modo de justificación que una y otra y otra vez martilleaba su
cerebro.
Porque por cobardía no salió de la fila en que estaba.
El soldado Ernst sí fue valiente.
Dio su vida para no quitársela a aquellos judíos
Era perfectamente conocedor de lo que le iba a ocurrir si salía de la fila en que estaba.
Y salió.
Gesto de valentía ejemplar y ejemplarizante.
Pero él, Franz, no.
Permaneció en la hilera, cobarde, como los otros soldados.
El recuerdo de lo ocurrido aquella tarde siniestra
no le abandonaría jamás en toda su vida.
Tuvo una existencia horrenda.
Vivió solo.
Sin mujer.
Sin amigos.
Amargado.
Esa fue su penitencia.
Su triste penitencia
por el resto de su vida.
Josecarlosbalague
19/5/2023
- Autor: josecarlosbalague (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 19 de mayo de 2023 a las 19:30
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 11
- Usuarios favoritos de este poema: Henry Alejandro Morales
Comentarios1
¡Interesante! Josè, un gran placer la visita poeta, gracias por compartir y saludos cordiales!!!
Muchas gracias. Celebro te haya gustado el poema.
josecarlosbalague
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