Vino el aedo en aurora primigenia,
removiendo el cosmos con su verbo áureo,
y al contemplar la hórrida desidia,
partió en pos de un destino efímero.
Removió el ánimo adormecido,
enhebrando anhelos, sueños dormidos,
con vocablos vetustos, subyugantes,
que yacen en recuerdos refulgentes.
Más, al observar el lienzo desnudo,
cuál abismo, sin fin, mudo y yerto,
en tu estampa etérea, partiste incierto.
Y al ver el vacío que yacía en su reposo,
sin rastro de vida, sin aliento en las letras,
te fuiste, dejando un suspiro ardiente de mentiras.
Dejaste en el silencio un océano de gozo,
en los surcos del tiempo, almas inquietas,
aguardando el retorno de tu paso trascendente.
Dejaste tras de ti el hálito sutil,
un rastro de enigma, sin promesa,
donde el vacío abrazo regresa.
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