Hazlo

Conozco de las arenas el número,
y las medidas del mar. 

—Así respondió el oráculo a Creso. 

Hacer. 
Aspirar siempre
a hacer lo que sale. 
Que lo que sale salga
sin piedra alguna en medio
que obstruya el orificio
de salida —agua que fluye.
Que salga.
Que lo que hace nido
en la mente salga como ha nacido,
como una síntesis primigenia
que ha sido concebida en lo más hondo
de esa constelación que se llama mente. 
Tal y como nace que salga, y sale.
Que si encuentra en su fluir inmenso
aunque sea una mota de polvo
que impida su discurrir, que esa mota
de polvo, aun esa piedrecilla inane,
esa cuenta de abalorio caída al azar
del collar de lo posible; que todo eso
que obstaculiza lo que sale sea sorteado,
como el agua de un río enrabietado
por la gravedad del torrente va a su paso
sorteando o, si no, saltando por encima
cualquier impedimento por levantado
que este se manifieste al lecho del cauce. 
Hacer.
Haz.
Que salga el magma que dentro de ti bulle.
Que sí, que salga pero que ese salir
sea más placentero que el bullir 
que se cocía dentro, cuando lo que sale
estaba a punto de hacerlo, tomando
en el cerebro el camino hacía fuera, a la luz.
Que si lo que sale, aunque saliera de un pozo
de tu cuerpo, produce una sensación de vacío, 
de arrepentimiento, que no salga, que se quede 
alimentando el beneficio de una duda razonable, 
que se quede dentro.
Haz.
Hazlo si haciéndolo te va a bañar enérgico
la suciedad que conlleva no hacerlo,
reprimirse aquello que en tu interior gime,
que presiona sobre la elastina de tu pellejo
hasta que, cual si fuera agua de jacuzzi, 
tu superficie se convierte en un gruyere 
incomestible, abyecto, a punto de reventar. 
Suelta.
Abre tu espita y que salga lo que tenga que salir,
que eso que sale, fuera, buscará las vueltas
para salir adelante —al fin y al cabo es éter, nada más.
Que salga, que sale, que haga, y haz...