La terraza del tiempo.

el brujo de letziaga

Hace fresco y te amo cuando estoy sentado aquí solo apurando un cigarro..., y te recuerdo en está terraza del tiempo mirando la taza de café que una vez tuvo carmín en sus bordes y hoy es blancura ausente.

 

Recuerdo aquellas trenzas recogidas en tu nuca y el cáliz grana de tus labios que encendían mi candela enamorada cuando la tuna compostelana te cantaba y te sonrojaba en aquellas noches de luna y plata, y cómo te brillaban los ojos que eran verdes como el pino verde, si lo recuerdo, claro que lo recuerdo, eran tan verdes como el limón verde, como un verdor de mar en primavera, así de verdes eran tus ojos verdes.

 

Y vestida de inocencia deshacías mis versos y yo te sonreía a tu fuente de cristal y te quedabas en mis brazos sumisa de amor como una rosaleda al descubierto esperando ser deshojada por éste jardinero. ¡Ay que tímida eras!

 

Y yo te suspiraba de ese modo una noche y otra noche y me enredaba en los claveles de tu lumbre cuando la luna se ponía íntima y tras tu blusa y la falda intuía el éxtasis secreto de los más bellos sueños.

 

Un lucero nos velaba hasta que se quedaba dormido en el cielo esperando el alba, al tiempo que tu corazón temblaba cuando te decía al oído cuánto te quería y las estrellas se quedaban cautivas junto a las gotas mas tiernas del rocío en el instante que nos dábamos algún beso.

 

Ahora que estoy sereno como una nube sin viento voy quemando el tabaco y noto frío, mucho frío mientras deshago el pitillo en el cenicero y me levanto del sitio que esconde los secretos de todas las veces que allí nos amamos.

 

La mesa se queda vacía con mi ceniza y con tres euros que he dejado encima de la factura cuando la madrugada ya está muy avanzada y aun sigo recordando aquel tiempo que fue nuestro. Tiempo que ya se fue, pero este poema que no olvidaré seguirá estando en los labios del silencio para que nadie sepa que tú y yo dejamos nuestros besos y nuestros latidos que eran de amor..., junto a ésa mesa.

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