La Plaza

Felicio Flores

No faltaron esfuerzos para destruir la plaza en Tembloitzàn. Los niños lloraban, tomados de la mano de sus madres, quienes miraban con horror la barbarie.
Las máquinas pasaban de un lado a otro y repetían el proceso, como en una película en reversa. Entre el ruido de los motores y el polvo que subía formando nubes marrones, se oían los gritos de las instrucciones que daba el jefe de obras. Había que derrumbar todo; nada quedaría en pie, ni siquiera los árboles.
Olga había vivido toda su vida allí y nunca había visto semejante desastre. Destruir una plaza para construir un centro comercial era algo impensable para ella.
El alcalde argumentó que sería un atractivo para la ciudad. Estaba de paso hacia la capital de Tecathitlaàn y aseguró que con eso llamarían la atención de los turistas, además de generar más trabajo. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de la gente por impedir la destrucción, ya era demasiado tarde.
Meses después se inauguró el centro comercial. Contaba con una sección para que los niños pudieran jugar, pero la entrada costaba doscientos pesos.

—Felicio Flores

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