Unamuno dijo ayer
que un niño que lee
será un adulto que piensa.
—espero, cuando sea adulto,
darle la razón...
Casi diez años —hace ya.
No es nostalgia, pero mis pies
apenas recuerdan lo que significa
hundirse en el ocasional lodo
que nace a la orilla del mar.
Hace algo menos, siete años.
No nací ribereño al mar,
no fue el mar compañero
de juegos durante mi infancia.
No. El mar fue ocasional
como ocasionales fueron
las excursiones a la playa,
las sandías de a ocho kilos
rajadas sobre el hule azul
de la mesa de campo, la arena
hirviendo a las cálidas horas
de la comida y el reposo
de dos horas de obligado
cumplimiento —leyenda urbana.
No es nostalgia, es solo imitación.
Antes de escribir este poema,
a modo de calentamiento, escuché
unos poemas de Begoña, a ver
si se me pegaba algo, entre los que
hablaba de estar en la playa, de la
arena mojada, o algo así creí entender,
y por eso creo que me ha salido
lo que llevo escrito, es solo eso.
Voy a seguir con ello, total, qué más da.
Pues sí, se me viene a la mente
esos momentos, en Huelva, en los que
comía mirando al horizonte azulgrisáceo
del fondo, una línea imaginaria que me
adentraba en mí mismo, solo el tiempo
que duraba el bocadillo, nada más.
Ahora, andando el tiempo, tengo
a la vista muchos horizontes
en los que sentarme a meditar,
y el tiempo, en toda su extensión
de variable física y contestataria,
se me pone a mi lado y me pregunta.
Es curioso cómo la verdad se va
extendiendo como mancha de aceite.
Cuando no hay tiempo, el tiempo
es helado de fresa en verano, recreo
de colegio, saliva que sale de la boca,
arco iris de mil colores, éxtasis coital,
y cuando lo tienes de sobra es aire,
amigo de charlas, se hace normal.
En mí el recogimiento es verdad,
pero también lo es el afecto, el roce
de piel con piel, y el deseo que genera
su falta lo hace ambrosía, manjar de dioses.
Vuelvo a la playa, a cómo los pies
se contienen en la arena mojada, salada,
que hasta hace segundos era caliente,
pero no de un caliente de café con leche,
que es agradable, sino de un caliente
que salta, que te lleva al brinco, y que el agua,
al llegar a la orilla, se hace agua de mayo,
alivia, produce un repentino orgasmo seco,
una sonrisa que en alto dirijo al sol, a quien
pido algo de árnica para las heridas, y la brisa,
que viene del oeste, me remueve la piel
y el pelo, y permite mi estancia, con el bocadillo
en ristre, bajo una canícula de cuarenta grados
a las tres de la tarde, con crema protectora
y gorrilla de guardacoches...
No tengo el talento de Begoña, qué le vamos
a hacer.
Dejo de escribir para ducharme, para quitarme
la arena que aún hoy permanece.
- Autor: Albertín (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 4 de julio de 2023 a las 07:44
- Comentario del autor sobre el poema: Un leve recuerdo...
- Categoría: Familia
- Lecturas: 10
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez, Texi
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