Hay formas de querer que consumen hasta la última gota de una raíz extinguida con saña. Maneras estoicas de mantener almacenado en papel de estaño tanto dolor como se pueda comprimir y meterlo a la nevera donde una vez congelado, hiberne todo cuanto duela.

Hay amores rebosantes de odio heroico que demandan el desborde. Que se derraman como sirope amargo por las paredes del hiperpensador para que al asirlo, cada uno de los dedos se adhiera y no se logre arrancar el alma de entre sus dientes.

Hay brazos invisibles que son prensas mecánicas. Yugos táctiles. Dedos vocales que aprietan hasta dividir en dos las partes que considera suyas. Prensas manipuladas desde afuera por las mismas manos que salvan y realizan la maniobra que les permita estar en ambos lados y estrangular con fuerza, a modo de que el operario como el héroe siempre salga librado, soltando lo salvado.

Hay héroes de esas formas, de esos amores, de esos odios o esos brazos. Héroes de silueta dirigiendo prensas. Prensas conducidas por héroes sin capa que deambulan en su pena por las noches, que desprecian la cura sobre sus heridas y exhiben sus llagas en busca de una furcia luciérnaga dónde encenderse. Callado o gris en la superficie, adusto adulón de argot fariseo.
Héroes de marquesina neón. Simuladores de veinticuatro horas que se aperciben impolutos en su barata hegemonía.

Paladínes de una misma sangre que repele
y ayunta en carne viva sobre sus crímenes.

Héroes de simulacro que se lanzan al primer rescate mundano auspiciado por lo que desdeñan, para al final elegir sobre esa pérdida, salvaguardar a cambio de desprecio
no a su fiel alfeñique,
sino justo,
justo
a cualquiera.

Héroes.
Héroe.
¿Héroe?

 

Yamel Murillo 

Ajenjo
Confesionario II©
D.R 2019