Por fin, había llegado el día que esperó con tantas ansias. Ni siquiera recordaba cuánto tiempo había transcurrido desde el día en que recibió la invitación. Lo que sí estaba seguro es que había llegado el momento del reencuentro. En poco tiempo iban a poder estar otra vez reunidos, como en los viejos tiempos. Cuando el tiempo se detenía al lado de ellos, perpetuando la duración de un beso.
Aquella mujer con quien había soñado desde niño; y a quien tuvo la dicha de conocer cuando ejercía su profesión en aquél sanatorio que estaba ubicado en el mismo corazón del pueblo; donde ella también fue a practicar cuando era estudiante de enfermería, cuando a penas superaba los diez y ocho años de edad. Aquella hermosa joven de larga cabellera, de tez canela y grandes ojos negros, que lo echizó en la primera mirada, y que a partir de entonces, habría de convertirse en el faro que dió luz a la nueva senda de su vida.
No sabía que atuendo usar para la ocasión. Sólo quería causar una buena segunda impresión. La dicha de volver a verla, de poder otra vez estar ambos juntos, le había provocado una inmensa emoción, que lo llenó de alegría.
En esta ocasión se paró frente a un antiguo espejo, el cuál casi había sido deborado por el óxido y el tiempo; sin embargo, aún contenía una pequeña área donde aún se podía ver reflejada su imagen, y pudo ver que aún se acordaba de sonreír.
Les llegaron gratos recuerdos de eventos ocurridos hace tantos años cuando ambos eran los protagonistas del más bello idilio que ojos humanos hallan podido ver desde que Dios hizo el mundo.
Sí, también pudo ver reflejada su blanca cabellera, su delgada piel que se había arrugado al pasar del tiempo, pero aún poseía intacta su inquieta mirada. Sus ojos brillaban de alegría.
Aquella mirada que parecía estar llena de interrogantes; y que además, solía ser tan expresiva, que sin decir palabras, logró conquistarla aquella noche de aquél día, en el cuál conoció a la mujer que habría de ser dueña de su amor para toda la vida.
Sus pensamientos solían brotar a través de sus ojos; por lo que su mirada lo delataba, dejando al descubierto todo el amor que sentía por ella, ante la mirada de toda aquella persona que lo conocía.
Fue la misma mirada que ella aprendió a discernir con el simple hecho de mirarlo a los ojos, dándole a conocer su opinión al respecto de cualquier situación, así como también lo que sentía, lo que callaba y nunca decía. Aquella mirada con la cual, sin pronunciar palabras le expresó su amor, ya que la timidez lo enmudecía.
Por fin, una vez más iba a poder estar ante aquella mujer que conoció una tarde de aquel otoño ocurrido hace tantos años y que iba a marcar el ritmo del latido de su corazón por el resto de sus días.
Aquel viejo espejo había demostrado ser tan sincero como él fue siempre. En tan sólo un instante le dijo cuanto tiempo había transcurrido desde la última vez que vio su imagen reflejada. Por suerte, allí estaba aquella vieja pieza que parecía de colección, sólo que algo descuidada y marcadamente afectada por la inclemencias del tiempo. Pero ahora valía la pena verse en el espejo. Quería saber como lucia. Esta vez quería estar impecable.
Tomó de su viejo armario el único traje que no había sido deborado por las polillas, aquel que pretendía lucir en su último día en la tierra, aquel que habría de usar para la despedida.
Siempre fue una de sus cualidades ser puntual. Quiso apresurar sus pasos y lo hizo como pudo, movido por la ilusión de volver a verla otra vez.
Fue el primero en llegar. La emoción de estar allí no le permitió darse cuenta que era la única persona en aquel abandonado lugar. Estaba oscuro y la oscuridad aumentaba conforme pasaban los minutos. Sólo se sentía la brisa fría que provenía del mar, el cuál estaba a tan sólo unos cincuenta metros de distancia. También era posible escuchar las olas, las cuales parecían ser lo único con vida en aquel lugar. Se conformó con escuchar el van y ven de las olas y sentir la brisa fría, mientras la oscuridad de la noche se hacía cada vez más implacable.
Fue cuando decidió ir a la habitación que había sido reservada para él, la misma que frecuentaron tantas veces, hace tantos años. A pesar de la gran oscuridad, pudo visualizar la habitación marcada con el número 14470.
Durante tantos años mantuvo ese número en su memoria, por lo que de inmediato supo que aquella era su habitación. Estaba abierta y pudo pasar sin dificultad. Allí había una vieja cama de batidor. El espardar estaba oxidado, pero se podía deducir que alguna vez era de color blanco. La sábana, a pesar de estar confeccionada con retazos, se podía percibir al tacto la suavidad de la seda. La imaginó colorida, aunque en aquella habitación, sólo existía la luz de la luna, la cual se reflejaba en la superficie del mar, que hacía de un gran espejo, redirigiendo su bondad, lo que le permitió contemplar una vieja fotografía colgada en la pared. Sus ojos se humedecieron al recordar que él mismo había pedido a la gerencia del hotel que colocara allí aquel retrato. Se trataba de la foto de la mujer más bella que ojos humanos habían visto antes, y que él mismo tomó una tarde de primavera con su antigua cámara a blanco y negro, aprovechando los cálidos rayos luminosos de un sol, que al igual que él, se maravillaba de poder iluminar la más bella obra de la creación, que además de lucir aquel vestido tan hermoso, mostraba una impresionante cabellera, larga y sedosa, que hacía juego con su piel canela, quedando él tan impresionado, que desde el mismo instante en que la vio, supo que la amaría hasta el último de sus días.
Pudo ver además, que el salitre y el tiempo habían deborado el marco que una vez adornó la belleza de aquella mujer impresionante, y que durante tanto tiempo adornó aquella habitación, que solían usar de rutina cada vez que visitaban la ciudad.
Esa ruina, en su tiempo, se convirtió en un tributo a la belleza; y a pesar del tiempo, representaba la lealtad a un amor incapaz de morir.
Las horas sigueron pasando sin que él se diera cuenta; y la luna parecía sentir placer al observar con la pasión con la que él miraba aquella vieja fotografía, casi sin pestañar, y con aquella gran sonrisa dibujada por segunda vez en su rostro.
Ahora podía sentir algo diferente al sonido de las olas y la brisa fría. Su corazón se agitó lentamente, pero de forma continua y sus brazos se abrieron para recordar aquella tarde, casi de noche, cuando la abrazó por primera vez, la cautivó con la mirada, y sin decir palabras le robó un beso.
Algo más se escuchaba...Parecían voces. Quiso identificar la voz de ella entre la muchedumbre, lo que no pudo. Esto bastó para romper el hechizo que le había provocado aquél cuadro.
Con pasos apresurados salió de la habitación hacia los oscuros pasillos de aque viejo hotel, que sin duda, era una ruina llena de gratos recuerdos para él. Una ruina que había sido deborada por el salitre y el tiempo inclemente.
Ya no le quedaban dudas, era el único humano en aquel lugar desde hacía ya muchos años; y las voces que escuchó, no fueron otra cosa que el producto de su imaginación.
Lentamente fue perdiendo la esperanza de encontrarla. Ya ni siquiera sentía la brisa fría ni el sonido de las olas. Sólo su corazón que parecía querer abrir un hueco en su pecho para salir corriendo a buscarla, ya que sus pasos cansados no tenían fuerzas para ir detrás de ella.
Ahora una lágrima parecía apagar su sonrisa. Su tristeza era tan grande como la oscuridad misma, en un momento en el cual también la luna decidió abandonarlo, ocultándose detrás de una gran nube, detrás de la cual también se ocultaban las estrellas.
Cuando agotó su último hálito de aliento, no pudo ya caminar, y se desplomó sobre el único banco que quedaba erguido en aquél viejo hotel. Rápidamente recordó que justo en ese banco solía sentarse para esperarla cada sábado por la mañana, cuando ella solía fugarse de la universidad para compartir su amor con él.
Rápidamente recordó la primera vez, su primer encuentro, cuando tomó las manos de ella entre las de él, y las lavó en el lavamanos de aquella habitación, en señal de que en ese momento nacía el amor más puro y limpio que jamás haya existido.
Cerró los ojos, y luego de algún tiempo sintió que alguien se había sentado a su lado. Continuó con los ojos cerrados. Decidió no abrirlos para no descubrir que se trataba de otra persona, la persona que se había sentado junto a él, en aquel banco solitario.
Luego de varios minutos, escuchó una voz de mujer que decía entre sollozos "nunca imaginé que algún día iba a encontrar a alguien sentado en este banco. Mi amado solía sentarse en el cada sábado en la mañana para esperarme cuando yo saliera de la universidad para amarme como nunca antes imaginé que alguien podía amarme. Hace ya muchos años que él murió; y desde el día de su muerte, he venido aquí cada día, con la esperanza de encontrarlo aquí sentado, esperando para volverme a amar. Vengo porque no pierdo la esperanza de verlo otra vez. Mi corazón siempre me ha dicho que es justamente en este lugar donde podré volver a verlo. Un día tuve un sueño con Dios, y me dijo que justamente el día que yo muera, debía venir a este banco al momento de morir. Que él me iba a estar esperando aquí, vestido con su viejo traje, aquel que le pusimos el día de su muerte; que lo iba encontrar sentado, con una sonrisa apagada y con los ojos cerrados"
- Autor: Pedro Pérez Vargas (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 13 de agosto de 2023 a las 18:41
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 3
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