Pienso, en cuando mucho me besaba
y se arrejuntaba a mí.
A veces me miraba tan cerca
(como si quisiera grabarse en mis pupilas)
y en otras, simplemente cerraba
los ojos.
Pensaba que era el frío o el aire helado
(o algo así)
¡Y me apretaba las manos y yo a ella!
¡Ella lo sabía! De alguna forma lo sabía,
porque su mirada llevaba algo
de una tristeza incomprensible.
¡Ella sabía que se iría!
Quizás por eso me hablaba a los oídos.
Y un día amanecí despedazado, sin ella,
mortalmente herido
(y para siempre)
¡Ahora siento en cada instante su maldita
ausencia!
Y siento ganas de llorar
y busco sus ojos en la noche que se abre
y se cae mi voz
por los costados del aire, como si fueran
harapos del silencio.
Ya es invierno, la humedad con su sombra
de todo, avanza…
Y pienso, cuanto de mi todavía existe de todo
lo que se ha muerto.
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