ESCRIBIR PROSA, VERSOS HASTA MORIR

Dar pasos hacia las causas pendientes,

que tiene el corazón con la realidad,

para parecer viento,

e ir más allá de lo aparente,

blandiendo la poesía,

que se escribe como prosa,

creada de retazos de tiempo

aspirante a ser tesis,

de un nuevo ciclo poético.

Develar qué está necesitando el ser,

dar un salto hacia la integridad,

con las intensidades de los  poemas,

que surgen de la simiente del alma,

que redescubrió que la vida

es el “universo e inverso”

de los momentos que seducen

con la agudezas desconocidas,

que crecen hasta el reescribir

los prodigiosos gestos,

erigidos de una pluma,

que se fue borroneando versos,

que se plasmaron en poesías,

que nutrió los anhelos de repensar

el mundo, en una sola alegoría.

Tiempo y espacio que sea redentor, sanador, liberador de los nudos, que aprietan la garganta, para redimir el hastío de ser en la cotidianeidad y alzar los nuevos lapsos, que va impulsando el destino, en su continuo avanzar por el tiempo, donde la voluntad, es una escaza manera de albergar recuerdos, porque se cortaron los hilos interiores, que oscurecidos por un ayer, no alcanzaron a dejar huellas.

Dejar que los acontecimientos se arrastren, sin poner oposición a nada de lo que ocurre, como un río que se encauza, sin las obligaciones aparentes, sin la voluntad de querer elegir un camino distinto, porque desarraigado de los afectos, se escribe con el alma, para aliviar los delirios enfermizos, de tener algo más que decir.

Porque un sueño,

es un sueño,

entre versos,

que se arrastran

sin razón.

Mirar y hacer que el corazón dicte, en un afán de escribir para siempre y residir en los renglones de un porvenir, que se hace a cada instante, mirando el pasado con un ansia de olvido, pero con una presencia imprescindible de los hechos, que marcaron la experiencia, sin renunciar nunca a la memoria, porque somos, lo que alguna vez se escribió, con la muerte de las rutinas, que hace mirar por la ventana, como observadores de un caos, que extermina las acciones repetida de los días.

Seguir sin los modelos y viajar, desde el centro de la imaginación, hasta donde conduzca el destino, con las manos abiertas, sin esperar nada, porque el viaje hacia el recóndito mundo de la poesía, es una aventura extrema, donde se pone en juego el corazón y la vida, sin dejar de ser trascendente y mundano a la vez.

Amar los desafíos estelares,

Confirmando que sólo hay

un trazo de tiempo

perdido en la inmensidad,

para sentir alivio

de gaviota horizontal;

ser un pecador medieval,

que va evolucionando

en el tiempo,

como un temporal de viento,

que hace caer

las últimas hojas del invierno.

Es caminar siempre por una cuerda floja, donde se transita  para esperar crear la metáfora, que ilumine una ínfima partícula, con la cual se puede desencadenar una locura colectiva, que sea capaz de reinventar las esencias, que se inhalan por los ojos y entregan una diáspora de luz al alma, que acurrucada dentro de cada ser humano, anhela expresarse.

Vomitar lo que se tiene dentro y cultivar una forma de transcurrir en el tiempo, con intervalos de claridades duras, rotundas, que den masividad a los sueños colectivos, para reencontrarse con un acervo de voluntades de las palabras, que está escribiendo las madrugadas pretéritas de los viejos poetas, que no alcanzaron a redactar el verso sagrado, que necesita el tiempo, para detener su andar.

Definitivamente, matar el miedo y partir por las cornisas de los días y suicidarse en los poemas, que no se escribirán nunca más, porque cada letra va componiendo nuevos versos, que justifican la vida de los poetas, que están escribiendo incansablemente, para reconocerse a sí mismos, en un oceánico tumulto de hojas blancas, esparcidas por el viento.

Ser poema o prosa

bajo la luz

de una cruz

pomposa

sin una mariposa

que llevar,

sólo cima que trepar

para reescribir

y luego sentir

lo que va a pasar.