El restallar de una pieza de dominó al golpear contra la mesa de un bar ha quedado como eco de museo. Bares donde se abría o se cerraba el trato de compraventa de un bancal sin más escritura que la palabra, rubricada por un apretón de manos y un chato de vino. Los pececillos naranjas abandonaron la fuente de la plaza rumbo a otros mares más industrializados. Y en los polletes de la plaza se sentaban los ancianos a esperar buenas noticias del cielo; si se les rizaba el rabillo de la boina era buena señal, porque mañana llovía seguro. Se podía ir a una panadería o a una tienda sin dinero porque fiaban hasta el alma en caso necesario.
Para los niños hacer cumbre era subirse al palomar. Y al calcular el precio de la libertad no había fallo, porque se hacía mediante el escandallo. Sin alejarse del pueblo tanto como para no escuchar las campanas de la iglesia, estaba permitido jugar en cualquier lugar menos en dos, sagrados incluso para los niños: el cementerio y los linderos. Los primeros chicles eran trozos de cera impregnados de miel, y al primer mordisco, una oleada de ambrosía inundaba el paladar. Los domingos había que ir a misa aún sin ser creyente, porque los amigos iban, y era mejor ir a misa que quedarse solo en la calle. Se podía intentar convencer a alguno de ellos para saltarse la misa, tarea complicada, porque en caso de saltársela, al llegar a casa les estaría esperando un alpargatazo innegociable, siendo del todo preferible interrumpir el juego para ir a misa y tomar la ostia consagrada, antes que enfrentarse a una madre indignada por desobediencia. A la hora de jugar a la pelota, era preciso tener cuidado de que esta no se saliera de la era. Cuando la perota se salía, al que le tocaba ir a por ella cerro abajo, cogía tanta inercia persiguiéndola, que terminaba por adelantarla.
Juegos, peces naranjas y piezas del dominó que han quedado enterradas bajo el polvo del olvido y del abandono. En unas calles abrazadas por el sol, las puertas quedaron cerradas para siempre, a la espera de ser abiertas por la carcoma. La erosión de los años ha ido desnudando las piedras de los recios muros, y por la desangelada plaza, otrora centro neurálgico del pueblo, ya no circulan ni las lagartijas. Al parecer, mañana no lloverá más.
- Autor: Joseponce1978 (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 24 de agosto de 2023 a las 20:41
- Comentario del autor sobre el poema: Imagen tomada de la red
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 8
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