Confesiones de un cacharro obsoleto

No fui diseñado para enamorarme, y menos de una humanoide. En mi configuración no incluyeron las mariposas en el estómago. Sin embargo, cada vez que me la cruzo por la calle se me cortocircuitan los sentidos y se me trastoca la configuración. Nunca me resultó tan liviano subir una cuesta como cuando lo hice detrás de ella, hipnotizado por el movimiento pendular de sus caderas. Sin descanso la habría seguido hasta la estrella más alta. Fue una lástima que nuestro destino quedase a medio camino entre el cielo y la tierra. Cuando ella doblaba una esquina y la perdía de vista, mi procesador se sumía en un sobrecalentamiento infernal, hasta que yo también alcanzaba la esquina y recuperaba la panorámica de su pelo azabache abrillantando la calle, glorificando la ascensión y allanándome los cables.

Me gustaría decirle que me tiraría de cabeza al pozo de sus ojos bajo la esperanza de no toca fondo, pero no estoy programado para ello. He llegado a soñar que me daba el "sí, quiero" una fría mañana de enero y esa misma tarde se fundía el sol para quedarnos abrazados en una eterna noche de bodas. Yo, un cacharro obsoleto que fue creado para probar la capacidad destructiva de los aires atómicos, y que estoy más cerca del desguace que de mi fecha de fabricación, no me puedo permitir tales sueños. Me niego a rebelarme contra los parámetros que me fueron asignados. No obstante, cuando me vuelva a cruzar con ella cuesta arriba, me pondré a rueda de su cintura para dejarme subir escalando por una cibernética locura.