DE LA RETÓRICA A LA ANGUSTIA

edgardo vilches

Construyo mi poesía,

llena de una luz mortecina,

heredada de poetas

como Huidobro y Pablo de Rocka,

ellos me indicaron,

que el mundo cabe

apenas en una lagrima

y todo es oceánico,

gutural y astronómico.

 

En mi viaje de poeta,

tengo la utopía

de encontrar las llaves,

que me permitan vivir,

entre un silencio interminable

y una conexión cósmica,

a los cual creo estar destinado.

 

Soy un ente traspapelado

en el espacio,

un corazón, que no tiene latidos,

y espera en la fila de la muerte,

su turno para arropar

los destinos de la nada

y recibir por ellos,

el abismo de unos ojos,

que lloraron el universo.

 

Llevo todo el peso de la vida

en mis hombros

y el mar ahora me resulta

un gran aliado,

porque en sus costas

he vertido mis lágrimas,

que han salado más de la cuenta

sus espumas blancas.

 

Soy poeta

porque me auto-titulé,

aunque esto signifique ,

el fin de los contubernios

y las despostas despedidas;

El fin de las miradas

y el principio de la creación,

que quedó guardada

en la constelación,

que no estuvo presente

en el Big Bang…

 

Soy poeta,

porque las palabras tienen

algunos signos  sin sentido,

y están allí, en mis renglones

ordenándose, de un modo

que yo no comprendo,

talvez porque nunca supe

el significado de la lingüística de la vida.

Quizás, porque los ciegos,

que comen los sonidos de las palomas,

han visto en la oscuridad

el secreto velo que cubre

a los días de primavera.

 

Arrastro así,

los puntos y comas,

que como oscuras guadañas,

me esperan al fondo de la muerte,

para que por fin hile,

la frase que pueda iniciar

el camino de mi redención,

pero esa frase,

que me quema

en alguna isla de mi cerebro,

no la entiendo,

porque nunca tuve

la suficiente valentía 

para respirar su sangre.

 

Se que en algunos días

me parezco un muerto

y mis palabras son como animales

que buscan comida en el desierto,

llenas de imágenes inconducentes

y de planetas despoblados del amor.

 

Vivo el día,

bajo crepusculares tardes de temores,

los pájaros comen en mi mano

algunos restos de horizontes perdidos.

 

En las orillas de uno lagrimales,

una mujer está menstruando

un nuevo mundo,

donde ya no caben

las desiguales rachas,

que viento envía

a las pequeñas islas del sur.

 

Soy el poeta

que se come los siglos

y en la tumba de los faraones:

Colocó un signo de pregunta,

para que alados seres

de otros mundos

respondan

los secretos de los hombres.

 

Estoy ataviado

de ropajes funestos,

confeccionados en algunos

atardeceres lúgubres,

que el día ha cultivado,

sin los permisos

correspondientes

y confinando mis amaneceres

a la angustia de los días

sin horizontes.

 

Llevo la noche en la mirada

y lunas queman poco a poco

los enigmáticos campaneos

de las tazas,

que me trae el té de la tarde.

 

Soy el poeta

que consume limones

y coloca sobre las psicopatías,

un volumen de un autor

sin memoria.

 

Vengo de los oscuros

arrabales de la pobreza

y mi sueño está caído

en una constelación,

que nadie ha visto.

Allí cultivo

una apariencia nueva

para mi gastado

tono de decir poesía.

 

Además, estoy loco,

porque desde mis intestinos

hasta las palabras,

que aroman las naranjas,

tengo un sueño,

que descansa

en el bebedero de los solitarios…

 

Estoy loco,

porque sueño aún,

que aparezca el ultimo verso

de mis heridas

y renazcan las esperanzas,

adornadas por los volantines

de unos ojos que me miran,

como si fuera la primera vez,

que  el amor, tocó mi puerta...

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