Cuentacuentos

Alberto Escobar

 

Los cuentos
                         no son para dormir,
                                                     son para despertarnos. 
 

                 

—He escuchado, leído o escrito en algún rincón. 

 

 

Cuentacuentos. 
Todo el mundo cuenta cuentos,
en la calle, en el colegio,
antes de dormir tu padre o tu madre
—la mía sigue contándomelos 
sentada en una butaca, entre el vapor
de una de las nubes que llena su habitación—, 
en el trabajo, tu jefe, o incluso tu compañero
de al lado —cuando construye castillos en el aire.
El asfalto que sobrevuela tu coche
está rodeado de cuentos, unos escritos
sobre cartelas rosas, verdes, azules,
otros prorrumpiendo desde el voltaje
no inocente de la radio, esa que oyes
para no sentirte solo yendo a la oficina. 
Cuentos, cuentos y más cuentos...
Sostengo que cada vez ese líquido
amniótico que constituye la vida
está más denso, tanto que salgo
a la puerta de mi casa y me pringa,
sintiendo a cada paso la resistencia
de su azúcar como si fueran sargazos,
costándome la misma vida llegar tan solo
a la panadería de la esquina a procurar 
el pan nuestro de cada día —el esfuerzo es
tanto cada vez, que va mereciendo la pena
morir de hambre por tal de no tener que 
ducharte al volver de tamaña empresa. 
Dicen los sabios que adaptarse o morir,
o lo que es lo mismo, aceptar, y en esas
me debato: Ahora, en aras de esa aceptación
tan estoica, voy por las calles leyendo todos
los cuentos que se me tercian al pasar y voy
aprendiendo de sus moralejas, los leo ávido,
como si leyera a algún clásico, y al digerirlos
experimento una especie de catarsis homérica
que me limpia los intestinos y me proporciona,
—he comprobado al ir al baño— una fibra extra
que me da una facilidad para mí desconocida. 
P.D: Desde entonces, y llevo varios meses, 
las grajeas de fibra que bajaba y subía 
cada mañana de mi armarito blanco me lloran
implorando atención, e incluso han cambiado 
de color: del blanco anterior están pasando 
a un amarillento similar al de los libros viejos. 
Otra posdata más, que no tengo ganas de irme,
todavía...:  Los cuentos que cada noche, antes
de conciliar el sueño, mi madre baja a contarme
son de princesas, y sonrío para que no se me note
que hace tiempo que no creo en ellas —no quiero
bajo ningún concepto que se enfade y no baje más, 
y la pierda para siempre. 

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