No sé quién dijo:
"Lo malo no es hablar solo por la calle,
lo realmente jodido es hacerlo en voz baja"
Y hoy, que los leopardos leen a Murakami
y sus canosos y obstinados puntos
han pasado de moda (solo son ligeramente
transigidos vistiendo Porsches,
invitando a coca mala y/o escondiendo
liposucciones irresolutas
entre los insomnes rascacielos de Benidorm)
Aún recuerdo tender mi hombro compasivo
a algún perdedor con buen fondo,
-casi lo único bueno que tenía,
como casi todos los perdedores-
mientras J. Iglesias se explayaba en en el Pionner
inteligente rumbo al viejo casino de la A-6.
Un seat 127 levita sobre la Castellana.
The Jam, el carbón de los lunes floreciendo
en el patio interior de la casa de la abuela,
la diosa Cibeles encendida al himno triste
de Los Secretos, y las estrellas fumadas
desde aquella ventana amiga del Cuartel General.
Después noches en bucle y al filo, horizonte
móvil tras la 5ª avenida, calibre 38
de almohada, versos e implosiones a contraluz,
los resentidos sabios del cachemir de Milano,
mis insaciables tigres del Portobello.
Tú (siempre Tú) y el Don Juán...
Y la pasión, alentando con discretos soplidos
y paciencia de santo esa tímida llama azul
que aún resiste en el lado oscuro
envejecer y afearse tantas
y tantas veces en el antro equivocado.
Quizás por eso que ya solo rezo al sabor de las pitayas rojas
en algún instante tropical de mis existencias
y dimensiones múltiples,
ladro como perro sin colmillos a las matemáticas
y maúllo cual gato en luna crónica a las tormentas.
A veces me dejo bailar y piso el suelo
que tú me cuentas, ya casi solo el tuyo,
porque de no hacerlo, fiebres ocultas
tras el ocaso y el voto útil
de la vida me podrían morder, me morderían
hasta no reconocer y reconocerme.
Y se reblandecería la bandera
de mi soldado sin bandera,
y se potabilizaría el ácido de mi sangre
hasta convertirme en la estatua extranjera e invisible
que sufre de agujeros negros y grita tan bajito
que incluso el coito de las palomas
sobre ella asesinaría todo el rock acumulado
en aquellos días,
cuando amé ese sol que arde,
... cuando intentaba despeinar,
como un tren hermoso, idiota y desbocado,
a cualquier flor especial que parpadeara
en aquel eléctrico jardín
del exoplaneta Metro Nuevos Ministerios.
- Autor: Luis 091 ( Offline)
- Publicado: 17 de octubre de 2023 a las 12:04
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 15
- Usuarios favoritos de este poema: yunque, Tito Rod, Mauro Enrique Lopez Z., alicia perez hernandez, Tommy Duque
Comentarios1
Y se potabilizaria el ácido de mi sangre , esto soberbio amigo , el 127 y el Seat panda tendrían que nombrarlos patrimonio nacional jejeje
Buenísimo amigo
Un abrazo
Jóder, ¡qué duros eran, eh! jeje.
Muchas gracias, amigo, me alegra que te gustara el poema.
Un fuerte abrazo.
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