Hoy sí

El día es precioso, este sí.
No sería justo no parar unas letras,
juntarlas y dedicarlas a un día como este.
Ayer fue otro día, muy distinto.
Ayer fue la crónica de una batalla campal, 
de una gigantomaquia entre el viento
y los árboles, con ramas arrancadas
de cuajo sobre el acerado de algunas calles,
árboles caídos como soldados en batalla,
coches sepultados por un ramaje ya fallecido
pero aún verde.
Cuando pude dar cuenta de este dantesco
paisaje era ya tarde, y me preguntaba cuándo
pasarían los camiones de la limpieza para 
despejar el tránsito de los numerosos peatones
que ya poblaban las calles. 
El día es precioso, sí, con un cielo azul 
plagado de cúmulos primaverales, y uno
al fondo que parece una cordillera blanca,
intensa, con una luz inventada por el mismísimo 
Sorolla. 
La tristeza de ayer, que traspasaba la piel
hasta instalarse en el alma, se traviste hoy
de una alegría más propia de estas latitudes,
una luz que invita a pasear —aunque sea 
a costa de esquivar los restos del naufragio
(Espero que ya, plena tarde, los servicios
del ayuntamiento hayan hecho su trabajo).
Al fondo veo edificios iluminados por un haz 
de luz que sale de esa nube cordillera como
si el sol, siendo engullido, se rebelara a ser
devorado por la nube y siguiera despidiendo 
su sustancia hasta extinguirse. 
Da la sensación de que la primavera ha hecho
hoy una visita sorpresa, repentina, volviendo
del revés la metereología propia de estas fechas. 
Al sol le queda escasamente una hora de vida
y como testamento, sobre la esquina de mi edificio,
deja una impronta de luz ya madura, de un amarillo
grasiento, casi ocre, a modo de despedida,
y el toldo de uno de los balcones más altos, roto,
hecho jirones y casi arrancado de sus costuras, 
descansa quieto, agotado de la paliza que recibiera
ayer pero contento al mismo tiempo —vive
para contarlo. 
Hoy sí, ayer no. Ya es de noche...