Tina

Andy Mainländer

Guardé un poema para sus manos;

hablé del rocío que sentía

cuando el oleaje de su cabello se dignaba;

a pasearse en frente del alma mía.

 

Cuando las ventanas del ocaso

se posaban fijas en mi rostro;

Y mi voz gritaba a la dulce brisa,

cual fliscornos en agosto.

 

Es cegador para mi atardecer,

incluso de su fulgor una brizna;

como sentir un sol meridiano,

es sentir en mi piel la llovizna.

 

Es mas que las palabras que navegan,

entre su ceremonia de cenizas;

sin embargo es mucho menos,

que el esplendor de su sonrisa.

 

Cierra tus ojos profundos,

en pos y piedad del peregrino;

que no quede en tu mano piadosa,

las 8 rutas al mismo destino.

 

No quiero ser ebrio de trementina,

ni presa y deguste al sarín de su lecho;

más aún permito insolente,

que descanse y recueste su sien en mi pecho.

 

Sin embargo atraco iluso,

o soy naufrago en su orilla;

las ventanas de su alba que de día,

se pueden reflejar de amarillas.

 

Tal vez soy consciente del éter,

del Brahmān en su mirada;

y no busco moksha consciente,

me pierdo y no busco nada.

 

Guardé un poema para sus manos;

hablé del rocío que sentía

cuando el oleaje de su cabello;

se paseaba en frente del alma mía.

 

 

 

 

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