Tras el arado de mancera paso su vida el abuelo. El maíz, la sandía y el melón buscando el sol, asomaban de los surcos que lograba su esfuerzo. La abuela, en un rincón del rancho le rezaba ante al altar a San Isidro Labrador.
Ella solía decirme: Hay que rezar pa’ que llueva mi niño, pa’ que llueva y los ángeles no se olviden del abuelo. Cuando ellos partieron San Isidro Labrador se vino conmigo, a veces le rezo, pa’ que llueva, pa’ que llueva y los ángeles, no olviden a los abuelos.
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