CONVERSANDO CON MI MADRE

ENRIQUE HORNA

No es el tiempo que consagra el afecto. Es el azar que siembra sus ingenuos caprichos, seduciendo a nuestra conciencia la necesidad del cariño.

Buscamos a esa madre que esta más allá del fulgor de la piel y la geometría de su carne y huesos.

No son las palabras las que la glorifican, es la emoción que nos devuelve al dejarse ir por la ternura y la calidez de la esperanza.

Lo humanos también lloran sin comprender a veces, porque la fragilidad se hermana con la fugacidad.

En la otra orilla esta nuestra alma, aquella dimensión que no tocamos, la sentimos en la vibración del causa y efecto. Embustero destino escondido en el laberinto de lo vivido.

El silencio discurre entre los poros, despliega sus alas y vuela en el inconmensurable espacio

donde los sentimientos gritan sus razones. Es el instante sin atuendos, bondadosa proximidad a aquella sonrisa que nos da libertad para florecer con la fuerza de los recuerdos.

La noche no es tributaria de nadie ni oscuridad del lamento, no profana a la memoria, ni desvela lo inconcluso.

Todos navegamos el circuito de la materia, cerramos los ojos para acoderar en lo inmaterial de nuestra existencia. Lo humanamente comprensible es aleatorio del misterio.

Existir es una sombra efímera entre el tiempo y la luz. Proyecta sus diferentes rostros en los espejos de la vida. Su claridad es un grano invisible, disimulando su dormir.

Esta platicándome con su maternal espíritu, susurrándome el verbo infinito de su existencia.

 

EH

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