En cuanto escuché tus susurros
esa noche indómita,
un cariño entre barullos
estrujó toda lógica.
Entonces los susurros me cambiaron de órbita
viajando a donde nunca había ido,
ahora escribo lo que escribo
siendo tú esa linda razón metódica.
Me susurraste un te quiero
ante la luna como testigo,
hoy arde este fuego
y anhelo que estés conmigo.
Hasta mañana donde caiga
aquel sol fulgurante,
pintado en aquel haiga
donde quizá sea tu amante.
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.