Cada verano mi alma persevera
─o bien, se obstina insurgente─
en soñar con estaciones
de andenes tristes, lejanos
puentes de piedra
y despedidas a los pies
de una escalera.
Cierto miércoles de siesta,
me pareció distinguir
a una anciana en el anochecer
de los años,
yendo despacio
hacia las infinitas vías
del último tren de su vida.
De tanto en tanto,
se volvía para mirarme
con una sonrisa triste
y dulce como
las naranjas de mi niñez,
de fina cáscara y olor marchito.
Una madrugada plomiza,
realmente vi brotar una flor ajada
entre dos ojos de un puente abandonado,
parecido a aquel donde conocí
a mi primer amor verdadero.
Diría que me miraban fijamente
sus cuencas vacías
con todo un ceño fruncido,
a la manera de esas brujas
de cuentos
que capturaban infantes incautos
o abandonados en el bosque
por papás menesterosos;
hechiceras que los engordaban,
pero nunca llegaban a comérselos,
porque algo pasaba
en el último momento:
una sórdida refriega,
una salvación inesperada,
un arrepentimiento a tiempo…
Una noche, soñé con que mentía
diciéndole a alguien
que nuestro cariño
viviría para siempre;
imaginé que se me detenía
en la comisura de los labios
un adiós que olía a hierba
recién cortada, pero
con el sabor amargo
de todo jarabe que palia
el antiguo inevitable dolor
que nos marca
la frontera entre la corta niñez
y la larga existencia de adultos
─tibiamente─ responsables.
- Autor: Tomás Sánchez Rubio ( Offline)
- Publicado: 13 de noviembre de 2023 a las 06:43
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 14
- Usuarios favoritos de este poema: jvnavarro, Lale Neda, alicia perez hernandez, Antonio Pais
Comentarios1
Buenas Noches poeta.
Enigmático relato...
que, me atrapó en su desenlace.
Más, aún, el toreo de la frase final.
Saludos poeta, un placer leerlo.
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.