El navegante solitario

En un barco solitario, en el vasto mar azul,
un navegante solitario, con rumbo incierto y fluctuante.
Sus ojos cansados, reflejando el brillo del cielo,
buscan respuestas en las olas que golpean el casco del navío.

El cielo, un lienzo infinito de anhelos y sueños,
esparciendo destellos de esperanza en cada rincón.
Las estrellas, como deseos suspendidos en el aire,
guiando al navegante en su búsqueda sin cesar.

Pero el mar, sombrío y profundo, guarda pensamientos oscuros,
ondas tumultuosas de tristeza y pesar.
Las olas, como susurros de los días melancólicos,
intentan arrastrar al navegante hacia un abismo de dolor.

El cielo son los deseos, una promesa de eternidad,
donde los anhelos se elevan, libres y sin ataduras.
El mar son los pensamientos oscuros, una prisión de emociones,
donde las lágrimas y la tristeza se despliegan en un mar de incertidumbre.

Pero el navegante persiste, luchando contra la tormenta interna,
navegando con valentía a través del mar de pensamientos sombríos.
Busca encontrar un atisbo de luz en los recovecos de su ser,
y en el horizonte distante, la esperanza de un nuevo amanecer.

El barco sigue adelante, navegando entre los suspiros del viento,
mientras el cielo y el mar se entrelazan en un baile eterno.
En ese fragilidad, en esa dualidad del ser,
el navegante encuentra la fuerza para seguir, para renacer.