Yoko Ono
no tiene
la culpa
de todo...
Eran muchas las horas de estudio, las giras multitudinarias, eternas,
las ausencias, largas, su ir y venir al apartamento de Manhatan,
una constante, su echarlo en falta, inmenso, su estar harta de todos
ellos y su éxito, inconmensurable, su maldecir, diario, proverbial
entre sus vecinos, sus llamadas a Tokio en busca de consuelo, frecuentes,
intempestivas —su madre, su psicóloga.
Era una mujer posesiva —y lo sigue siendo— y lo que le constaba suyo,
incontestable, apodíctico, y la falta de su calor bajo las sábanas, bajo
el silencio de la noche, insoportable —necesitaba su tacto—.
No eran suficientes sus llamadas al mánager para apartarlo de inmediato
de lo que estuviera haciendo y ponerse al teléfono, que aunque fuese
por la brevedad de unos minutos salieran de su boca palabras de amor,
alguna caricia en forma de pentagrama, algún te echo de menos cariño.
Su éxito la castraba tanto como la reducía a la nada, la confinaba a hierro
en una ciudad que detestaba, que le recordaba al Tokio de su infancia
cuando el invierno acallaba las calles de bullicio, de vida.
Algún día se levantaba al trabajo con el cansancio de quien no ha pegado
ojo en toda la noche, pegada a un aparato de radio cuya voz, aséptica,
en el conjuro de una densa quietud, se tornaba más afectiva y acogedora.
Su quehacer diario —exigente, por otra parte— apenas lograba distraerla
de su vacío, de pensar en él y en si, por una carambola del destino, una chica,
más joven, más guapa, se hubiera cruzado a propósito de algún concierto.
Durante sus ausencias ella incrementaba el ritmo de trabajo, las sesiones
de fotografía eran más largas, más meticulosas, y el agente literario, paciente,
en ocasiones perdía los nervios ante las ocurrencias, los caprichos de diva,
y las impertinencias que prodigaba como manera de llamar la atención
—tanto que este se contaba ya como el cuarto desde que empezara el año—.
Le costaba cada vez más cubrir su ausencia, y me atrevería a afirmar que no era
tanto la falta de intimidad con él cuanto la inseguridad que le producía pensar
que mientras lo extrañaba pudiera serle infiel. Eso le subía por las paredes.
Pero tenía una convicción muy vigorosa, cada vez más: Que algún día
sería solo suyo, y a no mucho tardar.
- Autor: Albertín (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 31 de diciembre de 2023 a las 14:35
- Comentario del autor sobre el poema: Toda lucha, todo padecimiento, tiene a la postre su recompensa.
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 12
- Usuarios favoritos de este poema: Lualpri, Alexandra L, alicia perez hernandez
Comentarios3
Buenas tardes...
Cuanta verdad, en una pareja la responsabilidad va en doble tanda..En todo lo que dices acá, yo concuerdo.Saludos y muchas felicidades en este nuevo año.Mi respetos y cariños.
Igual para ti Raiza. Pero todo lo que he escrito es inventado. Si algo es cierto es pura coincidencia. He jugado con lo único que sé que se decía de ella: su posesividad, sus celos. Te deseo todo lo mejor Raiza —este va a ser tu año...
Me acordé de mi profesor de psiquiatría, que no perdonaba un No. Un día me dijo: todo lo que piensas existe, ya lo has creado.Saludos amigo y Feliz Año.Muchas bendiciones.
Triste, porque la obsesión tiene consecuencias impredecibles, se torna en padecimiento y a mi humilde entender no tiene recompensa. Placer disfrutar tus letras Alberto.
Un gran abrazo, Feliz 2024, Alex.
Otro para ti Alex, y que sea un buen año.
Feliz Año 2024. Que sea un año lleno de bendiciones!!
Igualmente Alicia.
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