Que seas...

El medio es el lenguaje,
y el 
mensaje...

Preferí no decirte, 
no exigirte ni un ápice
de tus ganas, ni un céntimo
de tu sueldo, ni un gramo
de tu carne —no debí—.
Está mañana, muy a deshoras,
se me posó un jiguero 
en la ventana, me miró
durante un rato, parecía
querer decirme algo, me así
a la posibilidad de que tú
vinieras, llenaras de miel
el frío hueco de mi habitación,
sintieras lo que yo siento,
mordieras la manzana roja
de mi desaliento —algún gusano
ya sale—. 
Preferí dejarte en la estacada,
bajo la profunda trinchera
de las preguntas sin respuesta, 
al socaire de mis dudas
cuyo beneficio tiende a cero. 
Preferí dejarte.
Quizá no fue la decisión
más acertada del mundo
pero tuve que huir —corriendo—, 
tuve que comprender que aguas
abajo hay disuelta una verdad, 
un espasmo que tiembla, ondas
hertzianas que resultan voces
que me hablan, me ordenan,
sonidos imperceptibles que 
sin saber de dónde me mueven. 
Sí, entendí eso, y que esa fuerza,
ese impulso, es el mar contra la roca,
es erosión lenta, es alma, es inmensa,
y ante ella poco puedo oponer,
poca resistencia —cuando no puedes
con el enemigo...
Preferí quererte en la distancia,
dejar que dieras de sí, que tu vida
eligiera en qué cama deseaba pasar
el resto de su vida, y no interferir
entre tu verdad y tú, tu misión. 
Dejarte espacio, tiempo, espaciotiempo,
dejarme ser, ser siendo, o no siendo,
vagar por las calles como el viento,
sin rumbo fijo pero sabiendo
que tengo casa, lecho, llave, sueño...
Dejar serte, dejarme sin aliento, 
que el sentimiento se teledirija,
se sintetice en una nebulosa ciega,
equidistante, disonante y tierna, 
en una cenicienta sin cuento,
en una ciénaga sin arena, sin pasto. 
Que seas, que sea siendo...