Injusticia

Anne Black

Si hubiese sabido… tan solo una pequeña advertencia. Si vos Dios, me hubieses hablado en el momento en que aposté toda la fe y mis fuerzas. Habría dedicado el mayor tiempo en disfrutar de sus travesuras, la alegría que derramaban por estar vivos. 

Perdí tiempo resistiendo al amor; que a fin de cuentas, lograron ganarse. En elegir el nombre indicado, en quejas al no poder controlar sus macanas. En pelear por conseguir la aprobación para entregarlos. Ahora es tarde, y los pocos recuerdos desparraman los pedazos de mí corazón.

Noches enteras sin dormir, rezando, rogando un milagro o suplicando la partida sin dolor. Luchando con ellos para ganarle a la enfermedad, vender el alma al diablo, si eso me garantizaba volver a verlos correteando por la sala. Haciendo promesas que jamás imaginé hacer en mí vida, que dentro del desespero me obligue a ser más creyente que nunca.

El cansancio físico, la cabeza fundida y la esperanza que disminuía con cada partida. Era como si nos fueran perforando la piel, como si nos vaciaran por dentro. Perder la razón y mirarnos interrogantes, desesperados, perdidos, derrotados; pedíamos piedad.

Ya no nos alegraban los días buenos y nos daba terror ilusionarnos con que lo habían logrado, porque era cuestión de minutos que recayeran y verlos agonizar, mientras nos miraban con ojos de despedida, con un; - hasta acá llegue. Forzándonos a soltarlos, a decir que estaba bien, que aceptábamos que debían marchar; nos fuimos arrugando como una pasa, morimos y revivimos para batallar con el resto, y así sucesivamente. Lloramos, gritamos, nos enojamos con nosotros mismos, con el uno y el otro, con vos Dios, con la vida en sí, con tanta injusticia. Y entonces llego lo que más me temía, y juro que esa mañana me morí. Y no hay peor muerte que estarlo en vida.  Nos sentimos impotentes al ver cómo se nos iban de nuestras vidas  y el dolor nos desgarró todo. No hay de dónde sacar valentía para continuar, sin embargo, aunque el enojo se apodera y me asfixia, me levanto. Y aunque no quiera, mil preguntas me surgen, mí cabeza trabaja sin parar, preguntando; - si hubiese hecho esto, si hubiese hecho lo otro, seguirían vivos. Qué hice mal, que falto. Quizá no tuve suficiente fe, o simplemente hiciera lo que hiciera estaba escrito así y no había nada que lo pudiera evitar. Rompo en llanto sin poder y sin querer controlarme, no estoy segura si sea porque se merecen cada lágrima, porque el ardor es insoportable, la soledad me lástima, o porque la culpa me carcome. No obstante me permito expresar este sufrimiento ahora que me encuentro a solas y a oscuras, con lágrimas gordas y pesadas. Al punto que mí cara se arruga y me agarra sueño. Miro sus fotos y me castigo un poco mas, y siento como el corazón se vuelve piedra. Pero no me resigno, en el fondo no consigo aceptarlo y me enfurezco. No quiero hablar, no quiero ver a nadie, no quiero seguir aprendiendo a vivir con fantasmas que me visitan por las noches y mis sueños se vuelven pesadillas. Mí único deseo es acabar con el tormento que es la vida y pedirles perdón. 

 

 

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Comentarios +

Comentarios1

  • alicia perez hernandez

    Perdonarnos es sanar y rogar a Dios su perdón para seguir la vida, encerrarnos en nosotros mismos no ayuda en nada, LAS INJUSTICIAS VIENEN JUNTO CON LA VIDA, VENIMOS A AMAR Y SER AMADOS PASE LO QUE PASE. Un abrazo



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