MANOS

ENRIQUE HORNA

Las manos se estrechan y la poesía viene de un olimpo lejano.

La vida viaja arribando al puerto de las promesas para explorar los encantos de sus ingenuidades, desempacando el misterio de las almas navegantes.

Se arrulla en los bares de la melancolía, entonando las canciones cómplices de sus emociones.

La luz no es solamente visible a los ojos abiertos con la frescura del viento. Los arboles mecen su hidalguía y sus hojas caen para fructificar la tierra prometida. En sus ramas y tronco descansan las aves de la libertad, desde ahí observan todos los colores del horizonte, sosegando sus miedos y murmurando sus desafíos.

En la invisibilidad de la existencia esta el rumor de su presencia, es la infinitud del sueño donde la lluvia le da de beber para renacer su lozanía. La brisa trae el pasado como un adiós disfrazado de presente y el mañana es una sombra intrusa de los anhelos.

Las manos se estrechan sin el permiso del deseo, se aprietan cuando el insomnio es una voluntad amada de las palabras. Las ilusiones de las calles, la serenidad de los caminos, la voluntad de los senderos; son los panes aliviados de los llantos, bostezos de la noche adormecido con el patrimonio de la esperanza.

En la plenitud del afecto, va floreciendo el legado de nuestra realidad. Es el inacabable anhelo de la humanidad de nuestras venas y el suspiro de nuestra piel. La caudalosa pasión estremece nuestra orfandad, el cuerpo y sus huesos estallan como explosión metafísica del silencio.

Cuando el amor existe hasta el dolor parece sonreír.

 

EH                                                                                

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