Como una joven que anhela ser escritora, no me considero una poeta, simplemente soy una chica que plasma en papel sus pensamientos y vive cada palabra que escribe. Busco un lugar fértil donde sembrar semillas de amistad y cosechar la más pura felicidad. En cada línea, deseo transmitir emociones profundas y despertar los corazones de quienes me lean. Uniendo nuestras almas a través de la tinta, crearemos un vínculo eterno. Juntos, crearemos un mundo donde la amistad florezca y la felicidad sea nuestra cosecha. ¡Únete a mí en esta maravillosa aventura literaria!
Capítulo 3: Cada vez me gusta más
Narra Tomás
Era temprano en la mañana cuando recibí un mensaje de Ayelen. Me despertó el sonido de mi celular y vi que era ella.
- Hola, Pan, me preguntaba si querías ir a la biblioteca conmigo - decía el mensaje.
No pude evitar sonreír al leerlo. Cada vez me gustaba más esta chica, así que respondí de inmediato.
“¡Hola, chica mermelada! Me encantaría ir contigo. Pasaré por ti a las 7:30 am” le escribí.
No pasó ni un segundo antes de que me respondiera.
“¡Genial! Te espero. Beso.”
Me sentí emocionado mientras me preparaba para salir. Sabía que pasaría un buen rato con Ayelen y estaba ansioso por verla de nuevo.
Narra Ayelen
Después de desayunar con mi papá, corrí a mi habitación para arreglarme. Estaba emocionada por mi cita con Tomás. Cuando llegó la hora, lo vi llegar con un hermoso ramo de rosas.
- Buenos días, hermosa, - dijo mientras me besaba en los labios.
- Buenos días, - respondí sonriendo.
Me entregó el ramo de flores y le agradecí. Eran hermosas.
- Puse las flores en un florero, lo dejé en la mesa y nos fuimos a la biblioteca más grande de Nueva York
- ¡Wow! Cuántos libros, - exclamé asombrada.
- Es la mejor biblioteca de la ciudad, la más grande, - dijo Tomás mientras me miraba a los ojos.
Me acerqué al estante y vi un libro que me encantó. Era el último libro de F. Scott Fitzgerald y lo tomé.
- ¿Te gustaría leer este libro conmigo? - pregunté sonriendo.
- Me encanta… es un buen libro el que elegiste, - respondió Tomás.
- Lo sé… es mi favorito, y también era el de mi madre, - dije con nostalgia.
- Tu madre… nunca me hablaste de ella, - comentó Tomás.
- Mi madre… falleció cuando yo tenía 2 años, - dije bajando la mirada con tristeza.
- Lo siento mucho… no debí preguntar, - dijo Tomás apenado.
- No pasa nada… leamos el libro, - respondí tratando de cambiar de tema.
- Claro, vamos, - dijo Tomás.
Después fuimos a sentarnos a una mesa de la Biblioteca...
Y allí estuvimos, leyendo el libro y compartiendo ideas. Cada día me gustaba más estar con Tomás. No podía creer todo lo que teníamos en común. Era como si estuviéramos destinados a estar juntos.
Narra Tomás
Me sentí muy mal cuando Ayelen me contó que su mamá había fallecido. No sabía cómo reaccionar, pero traté de ser comprensivo y apoyarla en todo lo que pudiera.
Después, cuando nos sentamos para leer el libro, no podía dejar de admirarla. Ayelen era tan inteligente y sencilla a la vez. Me encantaba su forma de hablar de cualquier tema, y nunca había conocido a una chica como ella. Era tan adulta, pero a la vez tan inocente.
Estuvimos leyendo durante cinco horas, inmersos en el libro. Cuando terminamos, salimos de la biblioteca.
- ¿Y ahora? ¿A dónde vamos? - preguntó Ayelen con una voz tan dulce que me provocó besarla.
- Ven, quiero que conozcas un lugar - le dije con una sonrisa.
- ¿Qué lugar? - preguntó curiosa.
- Ya lo verás - dije misteriosamente y nos fuimos.
Después de un trayecto silencioso, nos comunicábamos solo con nuestras miradas. Finalmente llegamos.
- Llegamos - dije sonriendo.
- Llegamos - repitió ella mirando el edificio.
La llevé adentro.
- Bienvenida a mi departamento - le dije.
Ella se quedó mirando todo en silencio y después dijo:
- Es muy lindo.
Narra Ayelen
Me quedé pensando por un momento. ¿Por qué me trajo a su departamento? Pero a la vez, no pude evitar sonreír. Sentí que Tomás había tenido la confianza de mostrarme donde vivía. Él me mostró cada rincón de su departamento y después volvimos a la sala. Yo no paraba de sonreír y sin pensarlo dos veces, lo besé sorpresivamente. Ambos caímos en el sillón.
Pasamos horas viendo películas y riéndonos hasta que vi mi reloj y me di cuenta de que ya era tarde.
- Me tengo que ir - dije sin ganas de irme.
- No quiero que te vayas - dijo Tomás haciendo pucheros.
- Yo tampoco quiero irme, pero...
- Tu papá debe estar por llegar - dijo, interrumpiéndome - Lo sé.
Lo besé y él me correspondió.
- ¿Qué me pasa contigo? - pregunté, mirándolo a los ojos - ¿Por qué no puedo dejar de pensar en ti?
- No lo sé... pero te entiendo, porque yo tampoco dejo de pensar en ti - respondió Tomás.
Me besó y yo le correspondí. Después me llevó y me dejó en la puerta de mi casa.
- Gracias por traerme - dije besándolo - Nos vemos mañana, a menos que ya te hayas aburrido de mí - dije jugando con mi cabello.
- Jamás me aburriría de ti - dijo Tomás acariciando mi cabello - Conocerte fue lo mejor que me pudo pasar.
Lo besé otra vez.
- Sabes, nunca disfruté tanto cruzar el semáforo en verde... Si no lo hubiera hecho, no te habría conocido - dije sonriendo.
- Definitivamente, ese fue el mejor accidente de mi vida - respondió Tomás con una sonrisa.
Nos despedimos y yo bajé del auto. Al entrar, fui a la cocina y mi papá estaba terminando de cocinar.
- Ayelen, ¿dónde estabas? - preguntó preocupado - Mira qué hora es - dijo señalando el reloj - Te llamé y no contestabas.
Me quedé pensando en mi respuesta por un momento y solo se me ocurrió decir:
- Perdón papá, esta ciudad es muy hermosa y me dejé llevar. Se me pasó la hora.
- Está bien, pero que no vuelva a pasar.
- Sí, te lo prometo. No volverá a pasar.
- Vamos a cenar.
- Vamos - repetí.
Durante la cena, mi papá me hablaba de su trabajo, pero yo no podía prestar atención. Solo lograba pensar en una persona: Tomás.
Al dia siguiente
Pasamos una linda tarde. Fuimos al museo, después al zoológico y por último al cine. Finalmente, fuimos a caminar por el parque.
Estábamos caminando por el parque, tomados de la mano. Todo era perfecto. Sentía mariposas en el estómago y corazones en los ojos. Pero de repente, me quedé pensando. Tomás me gusta, no solo para unos besos. Me gustaría tener la dicha de llamarlo mi novio y la satisfacción de que me llame su novia. Me pregunté si sentirá lo mismo por mí.
- Tomás... ¿Te puedo hacer una pregunta? - dije nerviosa.
- Lo que quieras, hermosa - respondió Tomás, llevando mi mano a su boca para besarla.
- Pues mira... -comencé a tartamudear- Tú me gustas, pero no solo para... -me quedé callada de los nervios.
- ¿Besarnos? - interrumpió Tomás, como si supiera lo que iba a decir, como si leyera mis pensamientos.
- Sí... Por eso te quiero preguntar - dije, bajando la mirada- ¿Qué somos tú y yo? ¿Cuál es el estado de nuestra relación?
Tomas comenzó a reír y eso me desconcertó.
- ¿Dije algo gracioso? - pregunté con una sonrisa nerviosa
- No, no es eso, me río porque no puedo creer que no lo he hecho - respondío Tomas, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo.
- ¿Hacer qué? - pregunté, con una expresión de curiosidad en mi rostro.
- Hacerlo oficial, desde el primer día que quiero hacerlo y por una u otra razón no lo he hecho... Sé mi novia, oficialmente mi novia... Di que sí porque yo me muero porque me llames novio - dijo, sintiendo como mi corazón latía con fuerza.
sonrei ampliamente y le tome de las manos.
- Claro que sí, Me encantaría ser tu novia - dije, con una mirada llena de amor y ternura.
No pude evitar sonreír y sentir una gran felicidad. Finalmente, habíamos dado el siguiente paso en nuestra relación.
- Te amo Tomás - dije, sin poder contener mis sentimientos.
- Esperé mucho para que un "te amo" saliera de tu boca, yo también te amo mi amor - respondió él, acercándose a mí para darme dulces besos.
Luego de pasar un día perfecto juntos, llegamos al final del recorrido y Tomás me llevó a mi casa. Al llegar, me fui directo a mi habitación, me bañé y me puse un pijama. Me dejé caer en mi cama como toda una chica enamorada, suspirando y pensando en Tomás.
Y sin darme cuenta llegó el día de mi primer día de clases en el instituto. Esperaba que fuera un buen lunes.
Llegué a las puertas del instituto y todo era bello, pero si no estaba con mis amigas no era lo mismo. Al parecer, la escuela no tenía uniforme propio. lo único bueno que tuvo esta mudanza fue que conocí al chico más maravilloso: Tomás. Aunque nunca le pregunté qué carrera estudiaba, es mayor que yo así que doy por hecho que estudia en la universidad.
Las horas iban pasando, ya tuve clases de Literatura, Inglés, Ciencias y Física. Solo me faltaba una clase para terminar el día: Matemáticas.
Estábamos en el receso y yo me quedé adentro del aula leyendo un libro, cuando una chica rubia y una chica morocha se acercaron a mí
- Hola, soy Tamara Cuesta, presidenta de la clase. Un gusto conocerte, - dijo Tamara con una sonrisa radiante.
- Yo soy Tania San Martín. Es un gran gusto ser tu compañera, - dijo la chica animada.
- Soy Ayelen Valencia, - dije sonriendo. - El gusto es mío.
Después de presentarnos, ellos me acompañaron a la cafetería y comenzamos a hablar de la última clase que nos tocaba: Matemáticas. No entendía por qué hablaban tanto del profesor, como si fuera alguien especial.
Los tres emprendimos el camino hacia el aula, y yo empecé a imaginarme cómo sería el dichoso profesor. "¿Qué tendrá de especial? ¿Rondará los cuarenta? Si las chicas piensan que es sexy, debe ser joven, ¿no? ¿Será un maestro estricto? ¿O quizás sea de esos maestros permisivos con sus alumnos? Odiaría que sea de esos profesores silenciosos que dejan tareas como si su vida dependiera de ellas, esos profesores que no explican nada y solo te mandan a investigar".
No dejaba de pensar en qué estaría haciendo Tomás en ese momento. Me ha contado que trabaja, pero nunca me dijo en qué. Yo le dije que estudio, pero nunca le pude decir que estoy en mi anteúltimo año de preparatoria. No me juzguen, es que cuando estoy con él, lo que menos quiero es hablar de la escuela. Solo quiero estar con él y besarlo, besarlo y besarlo.
Estaba caminando por los pasillos de la escuela sumergida en mis pensamientos a paso lento. Las dos chicas que venían conmigo ya se habían adelantado y las vi entrar al aula antes que yo. Al llegar a la entrada del aula, vi a un muchacho joven que estaba de espaldas. No sé por qué, pero aunque no le veía el rostro, se me hizo familiar. Sentí algo en mi pecho, como si mi corazón latiera con fuerza. ¿Por qué? ¿Quién será este muchacho?
Él estaba hablando con dos jóvenes que parecían ser del equipo de fútbol. Los saludó y se giró para entrar a clases, pero al intentar entrar los dos al mismo tiempo, chocamos y todos mis libros se cayeron al suelo.
Rápidamente, sin mirarlo bien, me agaché para recoger mis libros y él hizo lo mismo para ayudarme.
- Disculpe, señorita - dijo apenado.
Su voz me resultó familiar.
- No hay problema... yo también estaba distraída - dije mientras recogía mis libros.
Cuando fui a tomar el último libro, nuestras manos se chocaron y cuando levanté la mirada, quedé sorprendida al verlo. Noté la sorpresa en su mirada al verme.
- ¿Tomas? ¿Ayelen? - dijimos los dos al mismo tiempo.
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Capítulo 4: Entre la Razón y el Corazón
Narra Ayelén
Terminé de recoger mis libros y rápidamente me puse de pie, sorprendida al ver a Tomás parado frente a mí. Nuestros ojos se encontraron y ambos quedamos en silencio por un momento, sin saber qué decir.
Finalmente, Tomás rompió el silencio y habló primero.
- ¿Qué haces aquí? - preguntamos los dos al unísono, como si nuestras mentes estuvieran conectadas.
Pero antes de que pudiera responder, Tomás tomó la palabra.
- Yo trabajo aquí, soy el profesor de Matemáticas - dijo, con una expresión de sorpresa al verme.
Mis ojos se abrieron de par en par, sorprendida por la revelación. El chico al que había conocido cuando llegué a Nueva York, aquel con el que había sentido una conexión tan fuerte, ¡resultaba ser mi profesor! Una oleada de emociones contradictorias inundó mi mente.
Estaba sumergida en mis pensamientos, tratando de asimilar la situación, cuando Tomás notó mi distracción y decidió preguntar.
- ¿Qué haces aquí? - me preguntó, notando mi desconcierto.
Mis palabras salieron entrecortadas mientras intentaba encontrar una explicación.
- Yo... yo soy la nueva estudiante - tartamudeé, tratando de controlar mis nervios.
Tomás pareció aún más confundido por mi respuesta.
- ¿Estudiante? - dijo, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.
Asentí con la cabeza, incapaz de articular una respuesta coherente.
- ¿Qué edad tienes? - preguntó, buscando entender la situación.
Mis manos comenzaron a temblar y mis mejillas se ruborizaron mientras respondía.
- Tengo 16 años - dije, con la voz temblorosa.
La sorpresa se reflejó en los ojos de Tomás cuando escuchó mi respuesta.
- ¿16? - dijo, sin poder ocultar su incredulidad.
Asentí tímidamente, sintiéndome cada vez más nerviosa por su reacción.
- Sé que no te pregunté tu edad cuando nos conocimos, pero pensé que eras mayor - admitió, con una expresión de confusión en su rostro.
Decidí tomar coraje y preguntarle directamente.
- ¿Y tú qué edad tienes? - inquirí, buscando encontrar algún tipo de explicación.
Tomás suspiró, como si estuviera tratando de encontrar las palabras adecuadas.
- Tengo 25 años - respondió, con una mezcla de sorpresa y resignación en su voz.
La realidad de la situación me golpeó de lleno. Había una diferencia de 10 años entre nosotros. Mi mente comenzó a dar vueltas, tratando de procesar toda la información.
- Yo supuse que eras mayor, pero pensé que eras un estudiante universitario, no un profesor - confesé, sintiendo que el mundo a mi alrededor se volvía cada vez más confuso.
El silencio se apoderó de nosotros mientras ambos intentábamos asimilar la complejidad de nuestra situación. El destino nos había jugado una extraña y complicada carta, y ahora debíamos enfrentar las consecuencias de nuestras acciones.
Narra Tomás
Al ver a Ayelén frente a mí, mi corazón dio un vuelco. No podía creer que la chica con la que había sentido una conexión tan fuerte resultara ser mi estudiante. Nos miramos en silencio por un momento, sin saber qué decir.
Finalmente, decidí romper el silencio y preguntarle qué hacía allí. Para mi sorpresa, ella también me hizo la misma pregunta al mismo tiempo. Parecía que nuestras mentes estaban sincronizadas.
Cuando Ayelén me reveló que era la nueva estudiante, sentí una mezcla de sorpresa y confusión. No podía creer que la chica que había conocido antes de que comenzaran las clases ahora fuera mi alumna. Mi mente comenzó a dar vueltas, tratando de comprender la situación.
Cuando le pregunté su edad y me respondió que tenía 16 años, mi sorpresa aumentó aún más. La diferencia de edad entre nosotros era considerable. No pude evitar sentirme confundido y preocupado por las implicaciones de nuestra conexión.
Decidí ser honesto y admitir que pensé que Ayelén era mayor cuando nos conocimos. No había considerado la posibilidad de que fuera mi estudiante. Me sentí culpable por no haber preguntado su edad en ese momento.
Cuando Ayelén me preguntó mi edad, suspiré, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Sabía que la diferencia de edad entre nosotros podía ser un obstáculo importante.
Le dije que tenía 25 años, esperando que entendiera la complejidad de nuestra situación. La incredulidad se reflejó en sus ojos cuando escuchó mi respuesta.
Ayelén confesó que pensó que yo era mayor, pero que creía que era un estudiante universitario, no un profesor. Me sentí aún más confundido y culpable por la confusión que había causado.
El silencio se apoderó de nosotros mientras ambos intentábamos asimilar la realidad de nuestra situación. Sabía que debíamos ser cuidadosos y considerados con nuestras decisiones futuras.
Esperaba poder encontrar una solución que nos permitiera explorar nuestra conexión sin comprometer nuestra relación profesional. Pero sabía que no sería fácil y que tendríamos que enfrentar muchos desafíos en el camino.
Con una mezcla de incertidumbre y determinación, nos miramos el uno al otro, listos para enfrentar lo que viniera y encontrar una manera de equilibrar la razón y el corazón en nuestra complicada situación.
Narra Ayelén:
Después de ese incómodo silencio, decidí hacer una pregunta a Tomás para romper el hielo y cambiar el tema.
- ¿Cómo lograste convertirte en profesor a tan temprana edad? - pregunté, curiosa por conocer más sobre su historia.
Tomás tomó un momento para pensar antes de responder.
- Bueno, siempre me ha gustado estudiar y me esforcé mucho para lograr mi objetivo. Desde pequeño, las matemáticas han sido una de mis pasiones. Me fascina resolver problemas y descubrir patrones en los números. A medida que fui creciendo, me di cuenta de que quería compartir mi amor por las matemáticas con otros estudiantes y ayudarles a comprender este fascinante campo. Así que, decidí dedicarme a la enseñanza y convertirme en profesor de matemáticas. Fue un camino desafiante, pero estoy orgulloso de haberlo logrado a una edad temprana. Durante mis estudios, me esforcé al máximo y aproveché todas las oportunidades de aprendizaje que se me presentaron. Además, conté con el apoyo de mis mentores y profesores, quienes me guiaron y me alentaron en cada paso del camino. Ser joven me permite conectar de manera especial con mis alumnos y entender sus perspectivas y desafíos. Estoy emocionado de poder inspirar a mis estudiantes y ayudarles a desarrollar su amor por las matemáticas.
Después de notar que algunos estudiantes nos estaban mirando, sugerí que entráramos al salón de clases para evitar los chismes y las especulaciones.
- ¿Por qué no entramos al salón de clases? Así nos evitamos los comentarios innecesarios - propuse, mirando a Tomás.
Él estuvo de acuerdo y entramos al salón juntos.
- Buenos días, alumnos - saludó Tomás en tono serio. - Tenemos una nueva alumna hoy. Les presento a Ayelén Valencia.
Saludé tímidamente a la clase, bajando la mirada.
- Siéntese donde prefiera, señorita - dijo Tomás, indicando los pupitres vacíos.
- Sí, profesor - respondí, dirigiéndome hacia el pupitre de la segunda fila, justo frente a su escritorio.
La clase continuó, pero me resultaba difícil concentrarme. En ocasiones, nuestras miradas se cruzaban y eso me distraía. Sentía una chispa especial cada vez que nuestros ojos se encontraban, pero también sabía que debíamos mantener nuestra relación en secreto.
Cuando finalmente sonó la campana y los estudiantes salieron del salón, Tomás me llamó.
- Señorita Valencia, ¿puedo hablar con usted un minuto? - preguntó.
- Sí, profesor - respondí, acercándome a su escritorio.
Una vez que todos los estudiantes salieron, comenzamos a hablar.
- Ayelén, necesito hablar sobre nuestra relación, pero no aquí - dijo Tomás.
- Yo también quería hablar contigo - respondí.
- Hay un café llamado "Soledad" a la vuelta de aquí. Nos vemos allí. Te llevaría yo mismo, pero no podemos ser vistos juntos.
- Entiendo, profesor - asentí.
Tomás y yo acordamos reunirnos en un lugar más privado para tener esa conversación importante sobre nuestra relación.
Salí de la escuela y subí a un taxi, dirigiéndome al café donde me encontraría con Tomás. A medida que el taxi avanzaba por las calles, mi corazón latía con fuerza. Sentía una mezcla de emoción y nerviosismo por la conversación que estaba a punto de tener con Tomás.
Finalmente llegué al café, un lugar acogedor y tranquilo. Tomás ya estaba allí, sentado en una mesa apartada. Su mirada se encontró con la mía y sentí un cosquilleo en el estómago. Me acerqué a él, tratando de disimular mi ansiedad.
- ¿Y bien? - pregunté, rompiendo el silencio y mostrando mi impaciencia.
Tomás me miró fijamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar sus sentimientos.
- Creo que tenemos una conversación pendiente - comenzó a decir, su voz ligeramente tensa. - Primeramente, quiero que sepas que la conexión que sentí contigo desde el primer momento fue muy poderosa...
Mis emociones se agitaron aún más al escuchar sus palabras. Sentí un torbellino de emociones encontradas: el deseo de seguir adelante y explorar esta conexión especial, pero también el temor a las consecuencias y los obstáculos que podríamos enfrentar.
- Pero es difícil mantener una relación con esta diferencia de roles - interrumpí, tratando de encontrar una solución práctica a nuestros sentimientos.
Tomás asintió, comprendiendo mis preocupaciones. Parecía estar luchando consigo mismo, debatiendo entre seguir adelante o dejarlo todo atrás.
En ese momento, el mesero se acercó a nuestra mesa, interrumpiendo nuestra conversación. Pedimos nuestros cafés y el mesero se retiró, dejándonos a solas nuevamente.
- ¿Entonces? - insistí, buscando una respuesta clara.
Tomás suspiró, sus ojos buscando los míos con determinación.
- Es cierto que olvidarlo sería lo más sencillo, pero no puedo negar lo que siento por ti. Eres alguien especial, Ayelén - dijo Tomás, su voz llena de sinceridad y vulnerabilidad.
Mis emociones se agitaron aún más al escuchar sus palabras. Sentí un torbellino de emociones encontradas: el deseo de seguir adelante y explorar esta conexión especial, pero también el temor a las consecuencias y los obstáculos que podríamos enfrentar.
- Es muy arriesgado, lo sé - dije, con una mezcla de temor y determinación en mi voz. - Pero, por alguna razón, no puedo dejar de pensar en ti. Eres como una melodía que resuena en mi mente constantemente.
Tomás sonrió, sus ojos brillando con complicidad.
- ¿Me estás diciendo que estás dispuesta a intentarlo? - preguntó, buscando una confirmación de mis sentimientos.
Respiré profundamente y le devolví la sonrisa.
- Sí, estoy dispuesta a arriesgarme. Pero debemos mantenerlo en secreto.
Narra Tomás:
Después de escuchar las palabras de Ayelén, me quedé sin palabras por un momento. No podía creer que estuviera dispuesta a arriesgarse y seguir adelante con nuestra conexión especial, a pesar de los desafíos que podríamos enfrentar.
- Ayelén, no puedo expresar lo mucho que significa para mí escuchar eso - dije, con una sonrisa en mi rostro. - Estoy dispuesto a enfrentar cualquier obstáculo que se presente en nuestro camino, siempre y cuando estemos juntos.
Ayelén asintió, mostrando su determinación.
- Estoy lista para enfrentar lo que sea necesario. Pero debemos ser cautelosos y mantener nuestra relación en secreto. No podemos permitir que afecte nuestra dinámica en el aula o nuestras carreras - expresó Ayelén, compartiendo su preocupación.
Asentí, comprendiendo la importancia de mantener nuestra relación en privado.
- Estoy de acuerdo. No podemos permitir que nuestra conexión afecte nuestra profesionalidad como profesor y alumna. Será nuestro secreto por ahora - afirmé, con complicidad en mi mirada.
Sabía que el camino que habíamos elegido no sería fácil. Debíamos ser cuidadosos y discretos en cada paso que diéramos. Pero el amor y la conexión que sentíamos el uno por el otro nos daban la fuerza y la determinación para enfrentar cualquier desafío.
En ese momento, nuestros cafés llegaron a la mesa, trayendo consigo una sensación de calma y complicidad. Nos miramos con complicidad, sabiendo que estábamos embarcándonos en esta aventura secreta juntos.
- Estoy emocionado por lo que nos espera, Ayelén. Quiero seguir conociendo a la increíble chica que conocí antes de que comenzaran las clases - dije, con una mezcla de emoción y ternura en mi voz.
Ayelén sonrió, mostrando la misma emoción y anticipación.
- Yo también estoy emocionada, Tomás. Quiero descubrir más sobre ti y sobre esta conexión especial que compartimos. Juntos, podemos superar cualquier obstáculo que se presente en nuestro camino - respondió Ayelén, con determinación en su voz.
Con nuestras tazas de café en mano, brindamos por el comienzo de esta aventura secreta. Sabíamos que el camino no sería fácil, pero estábamos dispuestos a enfrentarlo juntos, apoyándonos mutuamente en cada paso del camino.
- Autor: Reb Liz ( Offline)
- Publicado: 4 de febrero de 2024 a las 10:01
- Comentario del autor sobre el poema: Queridos lectores Es un honor compartir con ustedes esta historia que ha nacido desde lo más profundo de mi corazón. Cada palabra, cada personaje y cada emoción plasmada en estas páginas ha sido creada con amor y dedicación. Espero que al sumergirse en estas letras encuentren momentos de alegría, inspiración y conexión. Mi mayor deseo es que esta historia toque sus corazones y les brinde un escape a un mundo lleno de emociones y posibilidades. Agradezco de todo corazón su apoyo y compañía en este viaje literario. Sin ustedes, mis queridos lectores, estas palabras no tendrían sentido. Espero que disfruten de esta aventura tanto como yo disfruté escribiéndola. Con gratitud.
- Categoría: Amor
- Lecturas: 7
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