Recorrí los ojos tristes del hombre,
se sentían en ellos, una gran ternura,
otros también la vieron,
sonrió con desgano… su alma lejana.
En su silueta de kaki y de blanco,
le vi, en esa tarde de verano,
con la pausa de un andar cansado,
desvalido y lacio, ajiló en solitario.
Sus cabellos canos, brillantes y plata,
se veían como fulgurantes llamas
en el resplandor de la tarde,
como finos garfios de lana.
Le vi dormido… en silencio,
el murmullo del tibio viento,
trajo su voz y sus versos
ni un adiós, ni un recuerdo.
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