Allá voy contigo, en esta mi peregrinación inmóvil,
reencarnándote en mis recuerdos.
Allá voy aclimatado a la luz de tu ultimo rostro…
Amor que has de posarte en algún lucero para mí,
cuando llegue la noche
y me nazcan las aves en los nidos de sombras.
Allá voy, desprendido del rostro amado, acarreando
inéditos silencios,
con la lluvia de mi memoria y las ásperas gotas
del infierno de la ausencia.
Es el alma que se queda, con una mitad penitente
y adolorida
y la otra mitad hermética, lentamente muerta…
Y es cuando Dios nos extingue en la carne, nos da
una palmada
y cierra en el alma la profunda herida, de toda la vida.
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