Los he visto rodar
por callejuelas,
patinete casero
y de madera,
los he visto jugar
en las veredas,
con pelotas de trapo,
¡¡¡de qué manera!!!
Los he visto soñar
con navegar,
en barcos de papel
sin naufragar,
los he visto llorar
si alguna madre,
les obligaba a entrar
porque era tarde.
Y fueron,
qué se yo…
muchos inviernos,
otoños, primaveras,
en donde compartimos
la calle como escuela
y en los días de lluvia
mojar nuestras quimeras,
vivir la libertad,
con toda el alma afuera.
Y hoy, mi piel arrugada
y mis pupilas secas,
se alegran recordando
paisajes de mi mente,
hace tiempo que ya
no sonrío al presente,
por eso mi niñez
se vuelve recurrente.
Tenía un cielo azul
y un sauce que lloraba,
cuatro gallinas locas
y un gallo que me odiaba,
un funámbulo gato
que dormía en la cama,
y un perro compañero
que Rinti se llamaba
Mil baches como calle
de un pobre barrio obrero,
las cunetas de tierra
albergue de las ranas
y un árbol paraíso
que a mis amigos llama…
a sala de reunión,
ocultos en sus ramas.
Los domingos
mi padre,
con la radio de siempre,
escuchaba a Gardel
despejando su mente,
preparaba la salsa
con las sobras de ayer,
tallarines con tuco…
sin carne que poner.
Y mi madre limpiaba
los restos de la noche
donde perdió sus fuerzas
tejiendo sin reproches.
no alcanzaba el salario
que permitiera un extra,
pero éramos felices,
con el pesar a cuestas.
La calle era el escape
de las horas inciertas,
inventábamos juegos
en horas de la siesta
y la tarde al caer
sobre nuestra inocencia,
nos avisaba que…
ya se acabó la fiesta.
Volando las cometas
alcanzaba los cielos,
soñaba con vencerles
en vuelo a los gorriones,
la pelota de trapo
y de lluvia las botas,
fueron las responsables,
de mis rodillas rotas.
Y en las horas tempranas
de un nuevo amanecer,
recuerdo con cariño
con la ilusión de un niño,
madrugones heroicos
descubriendo el asfalto,
recogiendo la leche
de aquel economato.
La escuela era el refugio
de mis días sin fin
túnica almidonada
que imita a un maniquí
y entre misas y ciencias,
las sonrisas más puras,
cuestionando mi esencia…
mi ambición de ser cura.
Creo que entonces…
yo era feliz.
Los abrazos, los besos,
las eternas caricias,
voces que arrastra el viento
y he guardado en el tiempo,
porque la vida, el pan,
la mirada, el camino,
se han teñido de gris,
cuando tantos se han ido.
Madre tierra del sur,
sólo queda el silencio
de tantos mediodías
y mil noches de invierno,
porque ya no estás tú,
porque ya no están ellos,
Madre tierra del sur...
¿Dónde guardo los besos?
Hoy vendrá a visitarme en la mañana,
el universo entero en mi ventana,
me envolverá el dulce aroma de sus flores
y volaré sobre las alas de gorriones
y soñaré…
y volveré a soñar,
y me reiré…
montado en mi locura de memoria gastada,
creyendo
cual iluso angelito...
que yo,
alguna vez…
pude importarle al infinito.
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.