Oda al Compadre

José Ángel Pineda



En las noches del elixir y estrellas,

donde el aire vibraba con secretos,

allí surgía el compadre,

un ser de voz profunda y cuerdas ardientes.

 

Sus dedos danzaban sobre la guitarra,

como hojas al viento,

y su garganta resonaba en los techos,

haciendo temblar las paredes de las casas.

 

Era un hombre orquesta, un guardián de líneas,

que tejía mensajes telegráficos entre almas distantes,

un puente invisible de emociones,

que conectaba corazones en la oscuridad.

 

Era una prolífera fuente de canciones,

lanzaba sus notas como obuses de sentimientos,

y las mujeres se disputaban el derecho de la dedicatoria,

mientras el compadre reía y desafiaba al mundo.

 

Las serenatas eran su dominio,

donde las cuerdas vibraban con pasión,

y los corazones se abrían como flores nocturnas,

al son de su voz, al ritmo de su guitarra.

 

Pero un día, la guitarra descansó,

y la serenata se sumió en el silencio,

pero el compadre sigue vivo en la memoria,

como un eco nostálgico que resuena en las noches.

 

Así, en esta lírica, le rendimos homenaje,

al hombre que fue más que un músico,

al compadre, dueño de todas las canciones,

que sigue vivo en las notas suspendidas en el aire.

 

¡Salud al compadre, al alma nocturna,

que sigue cantando en algún rincón del universo!

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