MARADONA

Era un chaval de un barrio

que únicamente se parecía en el

peinado al Dios de los porteños

Tan sólo sabía jugar bien al fútbol

Con pelotas hechas de amasijo

de papeles viejos con los que solía

ganar en casi todos los campeonatos

individuales que organizaba.

Con el tiempo consiguió, a base de

Fracasos, realizar un equipo mediocre

a medias con los de su propia calle

Nada iba demasiado bien hasta que

comenzaron a organizar partidos en

una tienda de figuras cerámicas del

centro de la ciudad, esquina cuesta arriba

Canalejas-Sancti Spíritus

todos los domingos por la mañana

desde que sucedió aquella noche desvelada

El dueño del negocio viendo el futuro éxito

de la propuesta les cedió de inmediato la llave

de la puerta y del almacén como vestuario

Como no había dinero para horchata

los bares de la zona les daban la cerveza

sobrante del día anterior

Y así hubo en el lugar memorables choques

vestidos de mono azul y zapatos de tacón bajo.

La gente empezó a morir en los escaparates

por poder ser parte del magnífico espectáculo

y el lunes hacían colas interminables para gastar el

entorno de aquellos lances y las muy escasas piezas que

se quebraban eran las más cotizadas y las primeras en venderse

Los jugadores fueron generosamente obsequiados

por aquellas gentes con cables, tubos y cobres de la luz.

Y así, Maradona, al fin, consiguió que sus padres

estuviesen orgullosos de sus logros

ya que conseguía llevar a casa una valiosa mercancía

para poder afrontar cualquier apagón financiero.

También llegaron, como no podía vivirse de otro modo,

los besos castos en las partes nobles,

pero esa, si fuere, ya es otra historia.