Marzo es un mes largo, su nombre nos proviene del latin Martius, el cual representó en el pasado el primer mes del calendario romano. De igual manera su origen, deriva de Mars, del latin Marte, dios romano de la guerra. En los albores del tiempo, cuando los dioses aún caminaban entre los mortales, Marte, el fiero dios de la guerra, contempló la Tierra desde su morada en el Olimpo. Miró de manera panorámica todos los sitios en donde se desarrollaba una batalla, donde había un conflicto y donde los hombres se odiaban a muerte y el amor había desaparecido de sus corazones y en cambio abundaba el odio en su sangre.
Marte era un dios silencioso. Era como un testigo de las luchas del hombre contra el hombre en todo el globo terráqueo. un testigo que a su vez se entretenía con cada lucha, y admiraba con pasión a todos los seres que se atrevían a iniciar una guerra en cualquier rincón del mundo.
El dios Marte, creó marzo, este mes llevaba su nombre, él lo creo pensando en la humanidad, su construcción, lo llevó a cabo a través de un lienzo tejido con hilos de valentía y sacrificio. Para los romanos, era un honor contar con su presencia y por eso, organizaban fiestas en su honor, hacían ceremonias y festivales, todo con el único fin de obtener su favor para las venideras batallas que los romanos planificaban, como un imperio invasor y anexionista de tierras lejanas.
Durante la preparación de las batallas, se organizaban ceremonias antes de avanzar, los soldados romanos en las refriegas del cuerpo a cuerpo, las espadas chocaban, los escudos se alzaban, los campos se manchaban de sangre bajo el sol primaveral.
En las calles de Roma, los ciudadanos se preparaban para la llegada de la primavera, todo los jardines y fachadas de las casas de los romanos de bien, trabajan para que sus jardines sean el espacio adecuado para que las flores adornasen sus viviendas y así, el dios Marte, sería recordado siempre, los niños, juegan en los patios y aprenden de memoria las hazañas de los héroes patrios, mientras las carrosas se trasladan al foro romano, luego al circo, las mujeres que desde un día antes tejían coronas de laurel, se la cuelgan a los soldados que parten a las actividades culturales y militares en la celebración del dios e incluso cuando la fiesta de la próxima guerra se inicia con actos protocolares, donde Marte es el protagonista. Siempre marzo era el mes justo y adecuado para comenzar una contienda, marzo representaba un reto para los hombres, a su vez era una esperanza para las mujeres que soñaban con las riquezas, con la que volverían sus hombres.
Cuenta la historia que en pequeño poblado ubicado en los montes Apeninos, montañas de la península itálica, en una pequeña aldea, sucedió que allí vivía Lucio, un joven campesino de fuerte contextura, de gran pasión por la libertad, ansioso de gloria, todo esto era debido que sus antepasados también habían sido guerreros y con buena suerte del imperio romano. Él, después de sus jornadas en el campo, se entrenaba a escondidas de su madre, ella, una mujer de fuerte carácter y cuerpo macizo, no quería perder más familiares en las guerras imperialistas del césar de Turno.
Lucio en su entrenamiento, blandía una vieja espada de su tío muerto, que también pasó a su padre y luego a su hermano. También, blandía para que su madre no se molestara una espada de madera, con ella se enfrentaba contra los árboles y las sombras. Soñaba con emular a los grandes generales, con llevar su nombre a los altares de los dioses.
Lucio, caminaba un dia tranquilo, el cielo claro, la brisa fresca, el sol, eso sí quemaba fuertemente, pero era soportable, los árboles se les paraban de frente, como retándolo, ya lo conocían, sus cortezas magulladas por las espadas, aun dejaban ver los hilillos de la sabia que brotaban de las heridas abiertas de tan terrible arma. Mientras camina con su espada de madera, y retando a los altísimos árboles, a los cuales veía como enemigos poderosos a los que había tarde o temprano que hacerles la guerra y mientras imagina todo ese escenario en el bosque, encontró, semi enterrada una estatua de Marte. Era una obra de arte tratada en piedra. De repente de tanto observarle, se asustó y casi que sale corriendo. Pero se contuvo y se acordó de su valentía entrenada para enfrentar cualquier misterio de la vida. La estatua abrió los ojos, se sacudió la tierra, y como si fuera humano, pero con una voz estruendosa, con una espada brillante que colgada en la cintura, estaba bordada con esmeraldas que le daban brillo y parecía que el arco iris le acompañaba siempre con el reflejo del sol.
Cuando habló, se dirigió directamente a él con estas palabras: Tu, joven guerrero, no me has encontrado por casualidad. Tu destino te trajo a mí. Pero antes de que conozcas y sepas que harás con toda tu fuerza, tu habilidad y destreza, deberás confrontar unas pruebas de valor para ganarte el puesto y asumir la misión que te será encomendada.
Lucio, solo atinó afirmar con la cabeza, su pecho se hinchó y sintió por el dios Marte un gran respeto como cuando su padre le daba una orden y esta no se discutía. El dios se despidió posando sus anchas manos en los hombros. Acercó su cara, Lucio sintió su aliento y este le habló al oído y como para que nadie escuchara le dijo: Sigue entrenando-le tocó la cabeza y Lucio sintió que esta comenzó a arderle, y su frente comenzó a sudar. Luego el dios Lucio, le sopló la cara y ya lucio no supo más de él. Cuando se despertó ya era de noche y entonces Lucio, empezó a dudar de todo aquello. Sin embargo, en su mente escuchaba la voz del dios y esto le sonaba muy familiar y decidió darle crédito a lo que escuchaba.
Unos meses después, llegó un edicto al pueblo, es decir, la leva, era una manera de reclutar hombres jóvenes y adultos, esto ocurría cada 12 meses, era el servicio militar y esta formación formaba parte de las responsabilidades de los romanos con el estado. Este servicio era obligatorio, incluso había reclutamiento forzado cuando las guerras duraban mucho tiempo o se habría diferentes frentes de luchas. La madre de Lucio trató de esconderlo y encerrarlo en una bodega subterránea que tenía la familia. Pero Lucio era muy conocido en la comarca, y era muy difícil que los encargados del ejercito desconocieran la existencia de los hijos de antiguos combatientes. Pero es que Lucio, escuchaba la voz del dios, que le indicaba que debía hacerlo por su propio bien, ya que no podía escapar a su destino. Pero a su vez, era la oportunidad hacer lo que siempre había querido ser, un guerrero y, además favorecido por la deferencia de un dios.
Lucio formó filas en el ejército imperial, tres meses duró su entrenamiento y sobresalió sobre muchos. Cuando niño y en edad adolescente, su padre y su tío, cuando entrenaban, lo invitaban a participar con su gran espada de madera. Por eso, Lucio conocía toda la técnica romana para la ofensiva y la defensiva del cuerpo a cuerpo. Cuando llegó al campo de batalla, el sol abrazaba fuerte, los nervios de acero de Lucio, se mantenían intacto a pesar del paisaje lúgubre y mortuorio del campo de batalla. La sangre corría como un torrente por todo el campo de batalla. El enemigo era fuerte y bien entrenado, pero los romanos no se quedaban atrás, combatían con sus espadas, escudos, jabalinas y dagas. Ante la presencia del romano, la tierra se conmovía bajo sus pies. El viento era un susurro, pero en realidad era Marte, dando indicaciones y estimulando a la tropa a mantenerse y a sacar fuerzas de su propio interior, Marte como alocado celebraba y bebía cargando para si toda la gloria de la batalla.
La encarnizada batalla deja escuchar el choque de las espadas. El golpeteo de los escudos sobre las cabezas de los contrincantes o defendiendo el cuerpo de los espadazos de muerte. El mundo sigue su curso, pero aquí en el campo de batalla en cualquier parte del mundo, la ferocidad de Lucio recuerda a un León herido. Lucio sabe que la muerte no está lejos y quizás le aguarde. Los peligros son reales y están presentes a su alrededor, cualquiera pudiera eliminarlo fácilmente cuando se lucha uno con diez, pero, gracias al entrenamiento de su padre y de su tío, que miraban desde lejos esta batalla. Lucio les demuestra que aprendió bien la lección brindada por ellos. De tanto blandir la pesada espada y el escudo, flaquean sus fuerzas y apenas puede sostener estos instrumentos de guerra. Pero se mantiene en pie. El dios le aúpa y esto le estimula y lo alienta. No se da por vencido ni se echa a morir. No se rinde, a pesar de que siente que ya no puede más.
Doce horas ha durado esta batalla, el sol se oculta tras la colina. Lucio se siente ganador, La sangre fresca aun chorrea en su espada, acaba de tumbarle la cabeza al último hombre que se le enfrentó. Estaba agotado, las piernas flaquean y unas ganas de descansar le inunda su deseo, pero se controla, no puede dar esa percepción a sus compañeros. Lucio sabe que el dios Marte le observa. Para él es muy importante ver sonreír al dios. Su padre y su tío deben sentirse orgulloso. Ha sobrevivido su primera guerra y además ha recibido un ascenso en el propio campo de batalla.
Marzo, a diferencia de lo que sucede en un país latinoamericano, donde febrero y abril, se han convertido en los meses en que las divisiones los lleva de manera perturbadora a pelear y guerrearse, como si la guerra fuera un juego de niños. Lucio, inscribe a si su nombre en la historia, gracias al dios Marte. Por eso, Marte siempre está pendiente de algún guerrero furtivo que necesita un motivo para demostrar su valentía. En marzo, florecen los campos y en los jardines de las casas las Prímulas O Primaveras, Lirios, Kalanchoe, Caléndula, Jacintos, Pensamientos, Begonia, Calceolaria, Gerberas, Narcisos, Azalea y Tulipanes. Así, marzo es el mes de los dioses de la guerra, es el inicio del ritual de las espadas y los sueños.
- Autor: RENJOSLO (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 2 de marzo de 2024 a las 22:39
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 6
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