Que llueva...

Aquí la lluvia
no sabe 
llover. 

—Raimon, cantante catalán. 

No existe. 
Aquí, la lluvia no existe,
brilla por su profunda ausencia,
el sol no la deja tranquila,
le impide expresarse, regar
de necesidad la sequedad ambiente. 
No viene ni se le espera, 
el tiempo es bonito, el cielo tiembla
de luz y escasea en nubes, y la luz,
clara, luminosa, reverbera en el seno
de quienes miran por la ventana,
buscando árnica a una vida erosiva
a veces y otras que acaricia y olvida. 
No existe ahora, pero se dice
que va a venir —bienvenida sea—, 
las meteorologías que vocean
en las redes hablan de su venida, 
de su necesariedad en un campo
que llora sin lágrimas por impotencia,
porque el líquido elemento que lo nutre
carece del oxígeno y el hidrógeno suficientes
para que la magía dé por sintetizarla, 
por extenderla sobre la faz de sus flores
y plantas, y dé con las acequias y pantanos
para que, entubada, llegue a nuestras casas. 
No existe, pero que venga, 
aquí, desde esta humilde estancia, la espero
con los brazos abiertos, mirando hacia arriba,
implorando a las nubes que se condensen,
peticionando a los dioses que más profundo
viven en el cielo que se den al trabajo alquímico
de pergeñar esa sustancia que aquí, abajo,
tanto y tanto necesitamos, y que sin ella la vida,
tal y como se conoce, es papel mojado, quimera. 
La primavera va sentando sus reales poco
a poco sobre el paisaje, los naranjos revientan
de blanco azahar y perfuman la ciudad 
de la misma manera que un ambientador 
pulsado en un baño tras la oportuna deyección
limpia de inmundicia un aire viciado, perjuicioso. 
Voy terminando, tengo hambre, voy a publicar
esto que acabo de soltar y cierro el pc, comeré
una fabada de lata maquillada de materna,
aquella que, apenas me alcanza el recuerdo, 
pude saborear en mis albores, una ilusión. 
Ahí lo dejo. Ya me decís. Que aprovechen.