Hace dos días volví a soñar
con mi padre, con sus acogedoras manos
esculpidas en la hojarasca,
y su sonrisa amplia como
tropel de dehesas.
Caminé, desamparado,
bajo ese sol ingrato de la memoria
que nos hace,
cada vez con mayor frialdad,
entornar los párpados y el corazón,
anhelando proteger nuestros heridos ojos
y ocultar las grietas
de nuestra deshilachada alma,
casa desolada de espejos rotos
y lunas marchitas,
con los suspiros de unos labios mudos
por la melancolía de un ayer
que no se cansa de mirarnos
mientras simulamos dormir.
Como toda persona ajena a
la mezquindad de lo superfluo
y al regusto salobre del azar,
por haber nacido en el peor,
el mejor de los tiempos,
mi padre ofrecía refranes
a quienes le salían al paso,
aunque no se detuvieran
y rehuyesen su mirada
de persona que sabía estar de pie
frente al fragor de mareas y rutinas.
Al pie de la letra y de un árbol
de espesa sombra
me refugio de las deshilvanadas nubes
de la existencia y sus avatares.
Y vuelvo a ir de su mano
por un parque
con soleadas avenidas y palmeras
de cimbreantes siluetas,
que bailan entre los rosales
y acunan a las palomas
que se acuestan temprano,
temerosas de que las estrellas
las sorprendan
tocando sin querer
su cielo azul noche.
Cuando vino mi padre a morir
a casa, lo estreché largamente
entre mis brazos,
pero solo era ya
huesos y carne rota por el dolor
que llenaba de lágrimas las ventanas
de su cuarto cada atardecer.
Cada octubre llueve más fuerte
sobre mi viejo cuaderno de dos rayas
y mis lápices sin punta
de colores desvaídos,
los mismos con los que aprendí
a escribir mi historia
y la historia de los demás.
(Del libro Días de Redención, 2019)
- Autor: Tomás Sánchez Rubio ( Offline)
- Publicado: 29 de marzo de 2024 a las 09:42
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 5
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