Un duelo que no acaba

No hay una fecha en particular para sufrirte, no existe un horario para empezar a sentir como se me arruga el corazón cuando te busco negada a la ausencia que dejaste, después de un último suspiro. Quedarme sentada esperando que se cumpla un mes más sin ti, es absurdo. Porque el dolor se siente en cada rincón de lo que soy desde que te perdí, y en lo que fui cuando aún te podía abrazar. Extraño tanto esos momentos, como extraño tu olor y oír tus pasitos viniendo hacía a mí. No existe un día particular porque la falta que haces es tan cotidiano y lo imposible que es acostumbrarme a no estar contigo, o a aprender a vivir con este aflige. Basta con que suene una canción para que la angustia me aprete el pecho y esa puntada tan familiar que se siente como atraviesa los latidos y me condenan a continuar. Quizá estás sean las palabras más honestas que he escrito en años, quizá jamás he sido realmente poeta. Ni he sabido cuáles son las palabras correctas para reflejar la poesía que me inspiras y me haces doler. Pero nunca he escrito realmente con mí ser. Nunca he sufrido un amor como el que te dedico en cada despertar y en cada sueño. Oh por Dios que jamás lo he vivido tan desesperante y deseosa de verte. De tener la oportunidad de una despedida digna, darte un beso cálido y decirte que te amaré para siempre. Y no ese cruel recuerdo de abrir mis ojos, mirarte a un costado de la cama y descubrir que ya has entrado al sueño eterno. No nos merecíamos eso, porque yo quería cantarte, decir que no tuvieras miedo, cuidarte hasta que tus ojos se cerrarán. Y supongo que es mí tormento, pero mí cielo grande, yo no te olvido.

Aunque a veces las lágrimas no se desparramen por mí cara, no te creas que es mejor. Porque cuando no salen, es porque lo que llora es el alma, prendida al corazón. Es un duelo que no acaba. 

Pensarías que estoy loca si dijera que cada vez que te escribo, te siento cerquita mío. Es, si bajarás del cielo para acompañarme, o si, yo subiera hasta a ti por unos segundos. Entonces comienzo a experimentar algo de paz, pero sin dejar de perder la noción de que ya no te tengo. Sin embargo, elijo creer que estás aquí, cuidándome.